El antiguo reino de las hadas
Hace ya mucho tiempo, cuando el mundo era joven, las hadas habitábamos las colinas huecas situadas al sur del arco iris. Por aquél entonces guardábamos nuestras palabras en un bello cofre de metal amarillo. Si una de nosotras necesitaba alguna especial, no tenía más que pronunciar el nombre de la reina (muy poderoso ya que es invulnerable ante el espejo) y el cofre se abría. De igual modo procedíamos cuando descubríamos o, mejor aun, cuando inventábamos una palabra nueva. Y era así como nuestro mágico idioma mutaba, crecía y se renovaba todo el tiempo.
Una bella tarde de otoño, reunidas en ronda abrimos el arcón, cada una a su turno pronunció frases cómicas, luminosas, ingenuas, ingeniosas, que luego se teñirían de magia. El hada Amanda que ama las palabras con A dijo: “Amanda, la gran maga ama cabalgar, andar hasta las ramas, va tras las matas bravas.”
El hada Celene que adora las palabras con E lanzó: “El nene, desde el tren, ve el césped verde”.
Entre risas, sonidos nuevos, sonidos antiguos, tejimos hechizos, rimas y versos. Tan entusiasmadas estábamos que no notamos que no nos encontrábamos solas: escondido entre la hiedra se hallaba Juan, el labriego.
Hacia el crepúsculo decidimos terminar el juego y cerrar el arcón. Y entonces fuimos testigos de un episodio que no podremos olvidar jamás. Juan abandonó su escondite y comenzó a avanzar hacia el cofre. Su mirada siempre serena lucía un brillo oscuro de sombra, parecía haber mudado de alma. Nunca sabremos si nos vio o no, pero sin hacer caso de nuestra presencia, caminó directo hacia el cofre y ante nuestra sorpresa ¡lo tomó y escapo a la carrera!
Aturdidas, sin orden ni concierto algunas volamos hacia el labriego, otras le gritamos que se detenga y en cuanto a mí, no tuve mejor idea que alertar a viva voz a nuestra reina. El sonido del nombre abrió el cofre al instante. Lo que sucedió después fue aún más asombroso. Juan, con un gesto de desprecio se deshizo del contenido y abrazado al arcón siguió la carrera.. Las palabras volaron por el aire, se enredaron en las hojas y cayeron en la hierba.
No tenia ningún sentido ir tras el labriego y en cambio urgía recuperar nuestro tesoro. Con mucha paciencia logramos reunir casi todas nuestras palabras mágicas (algunas escaparon y han de continuar volando por el mundo) las colocamos en cajitas de piedra, las sellamos, dispuestas a olvidar el extraño episodio.
Pero al día siguiente Juan regresó acompañado de hombres con picos y palas.
En menos de un instante nuestro apacible bosque se llenó de trotes, gritos y ajetreos.
- ¿Qué buscan? -pregunto el hada Brunilda-, pero ninguna de nosotras conocía la respuesta.
De pronto uno de los labriegos lanzó un grito -lo encontré- bramó levantando un pedazo de metal amarillo.
Nos miramos sorprendidas "¿eso deseaban?" "¿para eso tanto afán?" No dudamos, reunimos unos cuantos objetos de ese material que tanto parecía gustarles e invisibles ante sus ojos, los esparcimos por el campo.
Los labriegos aullaron de júbilo mientras recogían voraces nuestros cacharros. Por fin con las bolsas llenas emprendieron el regreso.
Suspiramos aliviadas…
¡Ay! no sospechábamos entonces cuánto nos habíamos equivocado.
Días después fuimos testigos de un episodio que cambiaría nuestro destino para siempre.
La mañana había amanecido lluviosa, bailábamos al compás de las gotas cuando de pronto, sin previo aviso, la tierra tronó. Por el este vimos avanzar al rey Druc y su feroz ejército.
- Estas tierras y todo cuanto hay aquí me pertenece –dijo- clavando su espada en nuestro bosque.
Mientras tanto Dorc, el rey del oeste avanzaba por el lado contrario.- Todas estas tierras y sus riquezas son desde ahora de mi propiedad -afirmo a su vez-.
− Entraremos en guerra −desafió el rey del Este.
− No tenemos miedo −respondió el monarca del oeste.
Peleas y gritos llenaron el aire. La lucha se desató cruel.
Intentamos en vano detenerlos pero nuestros hechizos resultaron ineficaces ante tanta furia y ambición.
Hasta que por fin nos ubicamos detrás de la reina y todas juntas pronunciamos su poderoso nombre. Un instante después los soldados volaron por el aire para caer lejos de allí. Por un tiempo no recordarían nada de lo sucedido, pero nuestro hechizo no duraría por siempre y en cuanto se despejasen sus mentes regresarían a buscar ese metal, (del que por lo visto habían escuchado hablar), que parecía haberles nublado la razón (cuyo nombre, ahora que lo noto, también es invulnerable ante el espejo y quizás a ello deba su extraño poder)
Este episodio nos hizo comprender una dolorosa verdad: nuestro bello bosque ya no era un sitio seguro. Era hora de partir.
Sin tiempo para lamentos, pusimos manos a la obra: Tres días con sus noches nos llevó volcar todas nuestras palabras en un gran libro. Durante otros tres días, pacientes, copiamos en bellos cuadernos nuestras favoritas, (algunas elegimos palabras livianas, otras feroces y ardientes, muchas frescas como rocío) y las guardamos entre nuestras pertenencias.
Antes de partir, pronunciamos el nombre de la reina y la colina hueca se abrió para nosotras. Colocamos allí el libro y todo el metal amarillo (que por cierto se llama oro) a fin de salvaguardarlos de la locura de los hombres. Todas al unísono pronunciamos "Nelen", el nombre de la reina y la colina fue sellada.
Por fin, abandonamos nuestro reino en busca de nuevos destinos. Algunas de espíritu inquieto vagabundearon por mil caminos hasta llegar a la cima de los vientos. Otras permanecieron en las tierras ásperas y muchas de temple reposado y sereno, como yo, adoptamos los árboles como morada.
Desde entonces se nos conoce por el sitio que elegimos para morar y nos dividimos en hadas de agua, de tierra, de fuego, de aire.
Pero cada tanto nos reunimos en fabulosos encuentros, tomamos nuestro libro y pronunciamos palabras bellas, sonoras, sombrías, las lanzamos al aire, jugamos con ellas las colocamos al abrigo tibio de la tierra para que se vuelvan fuertes y floridas. Y volvemos a guardarlas en nuestro gran y maravilloso libro.
¿Comprenden ahora porqué no puedo hablarles en nuestro idioma?
Adriana Ballesteros - Pertenece al libro La vida de las hadas de editorial Cuenta Conmigo