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GURUGÚN EL VAMPIRO VEGETERIANO
de Ángela Ruano
Esto pasó hace mucho tiempo, en Budapest en donde vivían la familia y el protagonista de este cuento, un pequeño vampiro que no quería serlo.
El matrimonio soñaba con tener un hijo varón para que siguiera la costumbre. Gurugún, nació en el seno de una familia de abolengo vampiro. Eran descendientes directos del Conde Drácula y presumían mucho por ello.
En el ataúd cuando tomaba el biberón, el pobre vampirito, le producían arcadas. La madre vampiro estaba desesperada pues no sabía lo qué hacer o qué ofrecerle de comida. Le daban sangre de pollo, de cerdo, de caballo, la humana con agua, porque es muy fuerte para un vampiro tan pequeño, pero él seguía sin beber nada.
Por el día cuando el vampiro dormía su madre le daba un pequeño biberón y tomaba lo justo para poder seguir viviendo. Gurugún se criaba muy pálido y delgaducho.
Sus padres le fueron enseñando poco a poco a ser un buen y temido vampiro. Pero a él le entraba por su oreja picuda y le salía por la otra oreja picuda. No prestaba nada de atención a las recomendaciones o lecciones que le daban sus padres.
— Si muerdes a alguna persona, tiene que ser en el cuello; es donde hay una vena gorda y sabrosa — le explicaba el padre.
Gurugún los escuchaba, pero cada vez que decían la palabra sangre, le daban unas arcadas de muerte.
─ Ahora en los tiempos que corre, con que sea sangre da lo mismo donde muerdas, porque en los humanos la sangre ha degenerado mucho no es tan buena como antiguamente. Aunque los mordamos no se convierten en vampiros, gracias al diablo, porque había cada especie que deshonraba a nuestra raza. —le decía la madre.
Todas estas recomendaciones, le hacían al pobre vampiro cuando tenía ocho años aunque esos años para un vampiro son como si tuviera meses en un humano pues los vampiros viven años y años; ni ellos mismos saben cuántos.
Una tarde de otoño cuando empezaba a oscurecer, su abuela se lo llevó a dar un paseo. Pasaron cerca de un huerto en el cual el labrador, tenía plantados, tomates, lechugas, remolacha, judías verdes; en fin toda clase de verduras.
A Gurugún, le llamó la atención el rojo de los tomates y empezó a gritar que él quería uno.
—¿Eso es comida rica?
— Para ti no, es para los humanos. Se llaman verduras.
— Yo quiero, Gurugúm quiere uno probar.
Se puso tan pesado que la abuela le dio uno y él cogió también una remolacha.
—Rico, rico, gustar mucho, más, quero más.
La abuela estaba aterrorizada, cuando lo dijera en casa no se lo iban a creer. Le dio a probar la remolacha, se la comió a mordiscos y el jugo le caía por la boca, parecía sangre.
— Gustar mucho sí, sangre no, esta sí.
Cuando llegaron a casa del paseo, los padres se pusieron muy contentos al ver a su hijo con la boca manchada de rojo. Inmediatamente pensaron que la abuela le había llevado de cacería
— Ya sabía yo que éste nos saldría un gran vampiro que sembrará el terror por donde pase. Ja, ja. Querían volver al castillo de sus antepasados a Transilvania y no podían porque sus familiares los encontraban un poco flojos como vampiros.
La abuela no dijo nada, pues si se enteraban que el niño les había salido vegetariano, les daría un soponcio.
La familia no solía morder en la yugular, sino en cualquier sitio. Les bastaba sacar unas cuantas gotas de sangre. No querían hacer daño a nadie, además eran muy viejos los dos. Pero ahora con Gurugún sería todo diferente, joven, hermoso y fuerte. Le enseñarían todos los trucos de como engañar a las bellas mujeres para chuparlas la sangre.
Los padres querían que volviera la era vampirica y sembrar el terror en la comarca de sus antepasados.
Nuestro vampirito, cuando salía por la noche convertido en un pequeño murciélago, robaba semillas de tomates y remolachas, las cuales sembraba en un pequeño huerto escondido entre unos pinos de un bosque no muy lejos de su vivienda para que sus padres no lo encontraran y de esa forma alimentarse con lo que realmente le gustaba.
Desde que comía las hortalizas, cada día estaba más fuerte y la palidez le había desaparecido. Nadie se daba cuenta del cambio. Bueno su abuela sí, porque sabía el secreto.
Un día, salió con su padre de cazaría como lo llamaba. Entraron en una casa palaciega llena de espejos y estatuas donde vivía una bella joven que tenia sangre azul. Esa sangre por ser muy rara para los vampiros, es el manjar más exquisito, y él quería que Gururgún la probase.
Entraron convertidos en murciélagos a medía noche, en silencio. La bella dama dormía plácidamente en su cama con dosel y sabanas con puntillas blancas; aparecieron los dos y cuando se iban acercando a la cama el espejo que había encima de la cómoda victoriana se reflejo la silueta de nuestro vampiro. El padre retrocedió, para volver a mirar y efectivamente allí estaba vampirito en el espejo.
Todo sabemos que los vampiros no pueden proyectar ningún tipo de sombra ni se pueden reflejara en ningún espejo.
El gran vampiro, el descendiente directo del conde Drácula se desmayó en medio de la habitación del susto recibido. Su hijo era casi humano. Eso es la deshonra de la familia.
Empezaba a clarear por el horizonte y tenían que volver, si no morirían ya que los rayos solares son mortíferos para ellos, pero a vampirito no le importaba, a él no le afectaba para nada, todo lo contrario le gustaba el día soleado, así podía ir a ver sus plantas de tomates y remolachas.
Cuando volvió en sí el padre, su cara era más pálida que de costumbre. Miró a su hijo y no le conocía.
— Ya te arreglaré las cuentas cuando lleguemos a casa — le dijo muy enfadado
—Vale.— le contestó
Antes de meterse en el ataúd reunió a toda la familia y les comunicó lo que había descubierto sobre su hijo amado.
La madre lloró y lloró hasta quedar agotada.
— No me gusta la sangre, me gustan los tomates y las remolachas.
—Pero eso es imposible, nunca en nuestra familia ha pasado algo semejante, ¡¡un vampiro vegetariano!!
Es la deshonra de nuestra familia, jamás volveremos al castillo de Transilvania, es nuestro fin, ¿No te das cuenta, hijo?
─ Yo no tengo la culpa de que no me guste la sangre. Yo quiero ser labrador, cultivar hortalizas y verduras y plantar algunas flores rojas eso si, tienen que ser rojas. Ese color me gusta y me atrae.
El padre pensó que no estaba todo perdido, si se sentía atraído por el color rojo, era una señal; pero su entusiasmo le duró muy poco.
Un tarde casi al anochecer, Gururgún se encontró con un mago que estaba sentado debajo de un pino cerca de su huerto. Este parecía muy viejo y muy cansado. Al vampirito le dio pena y le ofreció unos tomates y remolachas recién cortadas de su huerto.
— Coma esto buen hombre, le repondrá las fuerzas que parecen le van fallando.
— Muchas gracias, y se comió muy despacio lo que le había regalado Gurugún
─¿Puedo hacer algo por ti? — Le preguntó el mago — Te encuentro triste y además un niño de tu edad no debe salir a estas horas de la tarde cuando empieza anochecer. He oído que esta comarca es tierra de vampiros y podían hacerte daño.
— No pierda cuidado, yo soy uno de ellos.
— ¿Tú? ¡No puede ser! Si estas radiante y robusto.
─ Es que soy vegetariano.
—Ja, Ja, no me lo puedo creer. Es la primera vez en mi vida, que es muy larga, que me encuentro cara a cara con una especie tan rara ¡Un vampiro vegetariano!
— No se ría, que bastantes problemas me está acarreando con mi familia.
Y le contó toda su pequeña historia al anciano.
— Como has sido tan gentil y amable conmigo, te voy a conceder dos deseos.
— ¿Usted puede hacer eso? — preguntó nuestro vampirito que era muy educado.
— ¡Por supuesto! Estoy llegando al final del camino de mi vida y quisiera pasar mis poderes a un ser muy especial y creo que tú eres el elegido ¿Te gustaría ser mago?
— No sé lo que es eso.
— La magia es una cosa maravillosa, si se emplea bien a favor de los demás, nunca en favor propio, te sentirás feliz ayudando a los más necesitados.
— No, sé, no sé, si yo estaré preparado para algo tan importante; solo soy un pequeño vampiro vegetariano.
— ¿No quieres probar? Yo te enseñaría todo lo que sé.
— Gracias, pero creo que no; con mi huerto soy feliz y en cuanto mis padres se acostumbre a mi nueva vida ¿Que tal si los deseos que tan amablemente me ha prometido se los traspasase a mis familiares? ¿Podría ser?
— Depende de lo que quieras para ellos — le contestó el mago.
— Ellos quieren volver a Transilvania, al castillo que nos pertenece por derecho; son muy viejos y allí terminarían sus días, ya no les quedan fuerzas para hacer daño a nadie.
— Eso está hecho. Y tú, ¿no quieres nada? Te queda un deseo, aprovéchalo.
—A mi me gustaría ser un niño normal, cuidar mi huertito, ir a la escuela y jugar con los demás niños. Ese es mi deseo.
— Concedido. Serás un niño vampiro y te aceptarán tal como eres.
—Usted que lo sabe todo como sabio y qué ha vivido mucho, quiero hacerle una pregunta.
—Habla, le dijo el mago.
—¿Por qué los padres se empeñan en que los hijos sigan sus pasos y tengamos que hacer siempre los que ellos quieran? Nunca preguntan lo que en realidad nos gustaría ser o hacer.
—A eso no puedo contestarte, es lo único que no se.
Y el mago se despidió del niño y desapareció subido en una nube escarlata, según iba subiendo le iba diciendo adiós con la mano hasta juntarse la nube con el sol poniente.
Gurugún creció feliz se hizo el hortelano más famoso de la comarca, pues sus verduras eran las más grandes y sabrosas. Y fue a la escuela, jugaba con todos los niños del pueblo y les enseñó a cultivar toda clase de verduras.
Algunas veces, cuando ve volar a un murciélago le saluda por si es algún familiar suyo. Sus padres cumplieron su sueño de volver al castillo del Conde Drácula, pero les duró poco. Una terrible enfermedad que aquejaba a los murciélagos acabó con ellos. No sufrieron mucho solamente se quedaron dormidos para siempre en sus lujoso ataúdes.
Abuela Ángela
26 de octubre del 2007
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