Leeme un cuento | Reseñas de libros | Listas de cuentos y poemas | INFO. LIJ | Promoción de Lectura | Especiales | CV de María Fernanda Macimiani | Talleres literarios | Mis Libros | TALLERES LITERARIOS 2018 | Autores de LIJ | Lo que escribo | Cuentos sobre Pablo Podestá
He aquí que una virgen concebirá y
parirá un hijo y le pondrá por nombre
“Emmanuel”.
Que quiere decir: “Dios con nosotros”.
Mateo 1, 23
Navidad en Ocongate de Raquel Soto De Los Reyes de Vega
─ Papai, vamos a tener hambre, no hay nada para llevarnos, ni papas ni “pushpo” ¿Cómo vamos a pastorear todo el mes en la puna?
Así, preguntaron una mañana de Noviembre, Justino de once años y su hermano Carmelito de ocho, dos pastorcito de ovejas del lejano Ocongate, en la Provincia de Quispicanchis, Cuzco.
─ Coman pajitas, coman raicitas, escarben la nieve como las ovejitas ─les contestó su padre, bañado en lágrimas desde su lecho de enfermo. Ese año la sequía y después la helada, habían diezmado los cultivos y la rodada del cerro, su columna y sus fuerzas para el trabajo. Nada había ya en la despensa, sólo les quedaba a sus dos hijos mayores buscar alimento, para ellos y sus animales, en la vasta y helada puna.
Partieron agarraditos de la mano, con tres ovejas: un macho, una hembra y otra por parir. Flacas como estacas y muy bien peladas. La madre quedó en el pueblo, tenía que atender al esposo, vender la lana y dar de comer a sus dos hermanitos pequeños que aún se quedaban en casa.
─ Se llevan lo único que tenemos ─les dijo el hombre ocultando su preocupación─ en un mes deben estar de regreso, sanos y salvos. ¡Cuídense mucho!, entonces ya verán, celebraremos juntos la Navidad.
Partieron los niños, con un puñado de mote y otro de habas en sus alforjas de siete colores. Los días que siguieron fueron solitarios y las noches cada vez más frías. Pronto ya no había mote y sin darse cuenta se habían comido la última haba. Entonces comieron pajitas, luego raicitas escarbando la nieve como las ovejitas, y muy pronto ya no tuvieron pajitas ni raicitas. A las ovejas y los niños con los estómagos crujiendo sólo les quedó rezar, como les había enseñado su párroco el Padre Carlos:
─ Divino Niño Dios, tu que estás en los cielos danos ya de comer ─dijeron los niños, mirando el cielo gélido y azul de la puna, desde una pequeña cueva que, compadecida y generosa los dio abrigo. Pero, pasaron lentos los días y no aparecía el alimento. Ya no querían caminar, asomaban apenas sus caritas hacia la inmensa puna y volvían a guarecerse soñando con la canchita, el “pushpo” y las papitas.
─ Creo que estamos rezando mal ─razonó famélico Justino, el mayor.
─ Pero si estamos diciendo lo que el padrecito nos enseñó.
─ Mejor, hay que hablar con él con las palabras del Evangelio de la Navidad,
─ ¡Ah, ya se!: Emmanuel, lindo niñito, danos canchita, danos habitas ─pero nada, no había respuesta.
─ Y si le hablamos como si fuera de la familia, con confianza y lo tratamos con cariño a lo mejor así nos escucha ─argumentó Carmelito.
─ Niño Manuelito, Niñito Jesús, tu que también eres chiquito y nuestro hermanito. Tú que eres nuestro amigo y que estás entre nosotros, danos comidita ─rezó mirando una nube que se perdía arrastrada por el viento.
Pero Manuelito tampoco contestó. Vieron ocultarse varias veces el sol y otras tantas salir la luna y no había respuesta. Pronto sintieron que desfallecían, los animales gemían, podían soportan el hambre pero el frío era implacable, les hería los huesos.
─ Manuelito Manuelito, ya no queremos comidita, ni pajita ni raicitas sólo queremos calorcito ─suplicaron y… sólo el viento helado de la pampa les contestó.
Una noche, cuando el lucero del alba lanzó su primer rayo y los niños dormían inquietos, abrazados a sus animales para darse calor, Jacinta, la oveja preñada anunció con un:
─ Meee, meee ─que había llegado la hora de que naciera su pequeño y así fue, le nació un hermoso cordero negro, fuerte y chillón. Sus ─beee, beee─ llenaron la soledad de la puna. Las ubres de la Jacinta se repletaron de leche y los pastorcitos asombrados y hambrientos le suplicaron:
─ Danos Jacinta, danos un poquito de tu leche.
─ Un poquito nomás, mi corderito es pequeño y la necesita mucho.
Los niños ordeñaron la leche, estaba tibia y perfumada, les calentó el cuerpo pero mucho más el alma. Entonces, rieron y rieron y al fin, cansados de las emociones de la noche, se quedaron dormidos, Pero no por mucho tiempo porque de pronto…
─ Ay, ay, ay, mi patita, mi patita ─lloraba un pequeño niño, en bata de dormir tomándose la planta del pie.
─ Niñito, ¿que tienes?, ¿qué haces tan sólito, de noche y tan desabrigado?
─ Ustedes me han llamado, corrí de prisa y en el camino me espiné. Miren la espina es mas grande que mi pie.
¿Cómo te llamas? ─preguntó Carmelito pensando que el niño exageraba, la espina no era tan grande.
─ Manuel ─contestó el niño lloriqueando.
─ Nosotros hemos llamado al Manuel de arriba ─y señalando la aurora que asomaba, pensó Justino tristemente:
─ Pobre niñito, también se llama Manuel, ha creído que lo llamábamos a él.
─ Claro, estás sin hojotas, cómo no te ibas a herir ─sermoneó y de un tirón le sacó la espina.
─ ¡Ay!¡Ay! ─gritó e inmediatamente, ante el asombro de todos, ya corría sobre la nieve como si nada hubiera pasado.
─ ¡Niño, niño! Te vas a enfermar, ¿no ves que sólo tienes puesto el camisón de dormir?
─ Te daré mi pantalón de bayeta ─ofreció Carmelito.
─ Bueno, yo te daré mi chaleco, va a quedarte un poco grande pero te abrigará ─y pensó─ tengo todavía mi poncho.
─ Si mi alcanzan ─gritó el niño y escapó otra vez, corriendo sobre la nieve que cubría blandamente la tierra. Su risa llenó la pampa y los gorriones andinos y hasta los brotes de ichu, rieron con él.
Fueron tras el niño que veloz esquivó a sus captores. Se acercaba, les hacía cabriolas, cosquillas allí donde pudiera y, escapaba. Entonces todos reían y así se les fue el frío, olvidaron el hambre y pasó raudo el tiempo. Ya el sol alumbra pleno la puna, cuando los pastorcitos en un último esfuerzo atraparon al niño. Lo vistieron a pesar de sus protestas y Justino le amarró los tobillos con la honda.
─ Ahora, tomarás un poco de la leche de la Jacinta. Estás sudado y coloradote ─y alcanzándole un mate con la leche tibia se lo dio al pequeño que lo bebió ansioso.
─ ¿Dónde vives? ¿Dónde dejaste a tus papás?, debemos llevarte con ellos.
─ Yo puedo ir sólo, no me voy a peder ─respondió seguro─ podré irme si me desatas.
─ ¡No! Te hemos perseguido desde la madrugada. Si te suelto, no podremos ya alcanzarte. Estamos agotados.
─ Justino, Justino, tengo hambre interrumpió Carmelito.
─ Toma un poco de leche, pues.
─ Tengo hambre, no sed.
─ Si me desatas te haré un rico pan de yema.
─ Sí, si, desátalo. Quiero pan de yema. Aunque sea un pedacito.
─ ¿De dónde va a sacar harina y huevos? ¿Cómo vas a hornear?
─ Fácil, puedo ─dijo el niño resuelto.
─ Prometes no escapar.
─ Prometido.
Desataron al niño que subió raudo sobre la loma que protegía la cueva, se empinó y con los dedos tomó un rayo de sol, que muy contento le ofreció todos sus demás rayos, lo amasó con tierra y un chorrito de leche, ante las protestas de Justino, y lo apretó contra su pecho.
─ ¿Lo quieren blanco o bien tostado?
─ ¡Tostado! ─gritó Carmelito.
El niño, riendo, lo apretó mas contra su pecho y se lo dio al pastorcito.
─ ¡No comas es tierra! ─gritó Justino, pero era muy tarde el pequeño ya lo había mordido.
─ ¡No! ¡Es pan! ¡Es pan de yema y está calientito!
Entonces, los tres sentados en la puna comieron hasta hartarse. Así, pasaron las horas y los días, pastoreando poco, jugando mucho con el cordero negro. Persiguiendo vizcachas, gorriones y riendo siempre. No se cansaron de tomar leche caliente, ni haciendo con los rayos del sol, la tierra, la leche de la Matilde y el abrazo de Manuelito, pan de yema. En las noches Justino pensaba:
─ Debo llevarlo a su casa. Pobre su madre, pobre su padre, lo estarán buscando. Pero si se va,…,¿quién nos hará el pan? Bueno, detonas maneras lo llevaré mañana ─pero ese mañana no llegaba nunca.
─ Manuel, sabes hacer otros panes ─preguntó una tarde Carmelito.
─ Claro, pan de estrella, de tres, cuatro o de cinco puntas.
─ ¡Ya! ¡Ya!
─ Pero ahora no se puede, tenemos que esperar la noche.
Esperaron, se durmió el sol entre los cerros y las sombras cubrieron la puna. Entonces, los tres niños subieron sobre la loma. Era una noche clara y brillante. No había un sólo pedazo de cielo sin estrellas. El niño se empinó y cogió la más cercana.
─ Suéltame, suéltame. ¿Qué quieres?
─ Sólo uno de tus rayos para hacer pan.
─ ¡No, no y no!, mis rayos son muy bellos y son mis rayos.
La estrella, ofendida, escapó de las pequeñas manos y corrió, corrió en el espacio hasta perderse.
─ Qué pena, mañana comeremos sólo pan de yema.
─ No, mira, se quedó enredado entre mis dedos una de sus luces. Haremos pan de una sola punta.
Los días y las semanas pasaron plácidos. Una noche en que llovía a cántaros, mientras los pequeños dormían, Justino se dijo:
─ Ha llegado el tiempo de volver a casa y ya es hora de llevar a Manuelito con sus padres. Les explicaré mañana que sólo teníamos muy poquita leche porque el cordero ha crecido mucho y casi se la toma toda. Necesitábamos su pan. Mañana partiremos rumbo a Ocongate.
Amaneció, ya los niños correteaban sobre el barro, cuando abrazándolos les dio la noticia.
─ ¡No, no quiero que te vayas! ─dijo Carmelito bañado en lágrimas.
─ ¡No!, no quiero irme ─y también lloró Manuelito abrazándolo y así abrazados los dos niños, lloraron y lloraron.
─ Todos tenemos que volver a nuestras casas ─ sentenció Justino, mientras llenaba las alforjas de pan.
─ ¿No puede irse con nosotros?
─ Tiene su familia, lo deben estar buscando.
─ ¿Quieres venir conmigo Carmelito? ─dijo tiernamente el pequeño Manuel.
─ No puede, tiene que irse a su casa y tú también ─callaron y la puna se silenció también. De pronto Manuelito dijo enjugándose las lágrimas con la manga de la bata:
─ ¡Ya sé! ¡Ya sé!, me iré con Ustedes y Ustedes se irán conmigo.
─ ¿Cómo? ─preguntaron a una voz los sorprendidos hermanos.
─ Échense ─ordenó.
─ ¿Sobre el barro? ─protestó Justino.
─ ¡Sí! ¿Sí! ─esta vez la voz no permitía réplica.
Se echaron, Manuelito con el dedo, trazó las siluetas de los dos pastorcitos sobre la tierra húmeda.
─ ¡Ya levántense!
Tomó un rayo de sol para cada silueta –porque ya sabemos que el sol si le daba sus rayos - lo amasó contra la tierra con algunas gotas de leche y lo abrazó fuertemente contra su pecho, primero a la más pequeña y luego a la más grande.
─ Ahora me toca a mí.
Justino incrédulo hizo lo que le ordenaba, trazó rápidamente la silueta del pequeño sobre la pampa, mientras se decía:
─ Haré lo que me pida este niño, con tal de que partamos pronto.
─ Amigo sol, un rayo más y me voy a casa ─suplicó lloroso Manuelito. El Sol se lo dio sin chistar. El niño lo tomó rápidamente y, lo amasó con la tierra y con las últimas gotas de leche que quedaban. Luego, se abrazó muy fuerte a su silueta. Más calmado les dijo:
─ ¿Què esperan?, guarden el pan. Es hora de volver a casa ─y levantando sus dos panes emprendió rápidamente el retorno.
Justino y Carmelito, corrieron apurados tras él arreando las ovejas pero el niño, ya se había perdido en la inmensidad de la puna.
Divisaron el pueblo la mañana de Nochebuena, iban muy cansados , la caminata había sido muy larga. Pero iban felices, sus alforjas estaban llenas de pan, las ovejas y el carnero gordos y cargados de lana y adelante y juguetón, el cordero negro balaba y balaba anunciando que había nacido.
─ Beee, beee…beee, beee ─gritaba y las campanas del pueblo riendo al viento le contestaban:
─ Talán talán, talán.
Sus padres, salieron ante el barullo. Al ver que eran sus hijos que regresaban, lágrimas y abrazos llevaron a casa.
─ Gracias Niñito Jesús. Gracias por haberlos cuidado ─repetía la madre, estrechándolos ─ nunca, nunca jamás se separarán de nosotros. ¡Nunca!
La mesa, estaba servida con grandes jarros de barro repletos de quinua dulce, un poco de maíz y habas tostadas.
─ Hijos, la mesa es pobre pero es todo lo que tenemos.
─ Mamá, papá, la Jacinta nos dio leche y miren, trajimos pan ─Carmelito colocó en la mesa los panes de una sola punta, los de yema y el pan de Manuelito.
─ Pero si parece una “guagua” ─esclamó la madre. Pero le faltan los ojos, la nariz, la boca y el ombligo. Entonces le puso: dos habas por ojos, una por nariz, un poco de quinua sancochada por boca y otra haba por ombligo.
─ Sí, mamá, es una guagua pero dulce, muy dulce ─susurró Justino.
Esa noche, toda la familia fue a la misa de gallo. Al iniciarla el Padre Carlos exclamó sorprendido e indignado:
─ ¡Cómo es posible!¿Quién a vestido de indio al Sagrado Niño Jesús? Y para colmo de males, con ropas sucias.
Se hizo un gran silencio, todos se miraban. De pronto, la sorpresa se apoderó de la gente al oír la voz de Carmelito que dijo señalando el altar:
─ ¡Justino, Justino, mira! ¡Es Manuelito!
Desde entonces, en toda la Provincia de Quispicanchis, al Niño Jesús se le llama Manuelito y para las Navidades lo visten con el traje y las hojotas de los niños campesinos, dicen que para que no se espine. Le cantan viejas canciones de cuna en quechua, tan viejas como su raza misma y en la cena se sirve quinua y tres clases de panes: de yema, de una punta y las guaguas de pan dulce.
Pero también, desde entonces, siempre en la Misa de gallo, no se sabe cómo el Niño Manuelito de Ocongate anochece coloradote, sudado y con la ropa sucia.
**********************
"Navidad en Ocongate" un cuento a propósito de las Navidades de un pueblito del Cuzco famoso por sus panes de 1,2,3 puntas y el "Pan guagua"
Publicado en “Cuentos de Navidad”: Colectiva. Editorial Bruño 2011
Wawa, guagua: Quechua, niño de pecho
Podesta Cuenta. La función continúa.
Proyecto ganador de una BECA a la Creación del Fondo Nacional de las Artes
Talleres literarios y de escritura para chicos y grandes en Pablo Podestá - Tres de Febrero.
Otros espacios literarios en los que trabajo: AALIJ y Revista Miradas y Voces de la LIJ - SADE 3F - Microscopías
|
Léeme un Cuento Revista Virtual de LIJ 2000 - 2019 Premio Pregonero 2011 - Premio Hormiguita Viajera 2014 - Preseleccionada VIVALECTURA 2016 |
Edición de María Fernanda Macimiani© - www.leemeuncuento.com.ar © Tres de Febrero, Buenos Aires, Argentina. - La ortografía es responsabilidad de sus autores.- |