PENSAMIENTOS
Era septiembre. Una nochecita de primavera, no muy tarde, porque no me dejaban salir tarde.
Estaba muy enamorada, y habíamos ido a la Costanera, pero… estábamos peleados.
Él se había puesto celoso por algo, y yo no quería dar el brazo a torcer. Entonces íbamos sentaditos en la furgoneta Citroen, paquetísima ella, tan verde y tan de lata, y ninguno de los dos hablaba.
Yo me decía: Esta vez que afloje él, aunque sabía que él no era de aflojar, un libriano duro, de esos que cierran el diálogo y no lo abren hasta después de tres días.
Para no tentarme de hablarle me puse a recordar cosas nuestras, y mi mente me remontó a otro día de primavera, algunos años atrás, cuando también paseamos por esos lugares, Palermo, la Costanera, en la primera cita.
Había un bar y me dijo si quería tomar algo. Acepté. Bueno, por lo menos me había hablado.
Bajamos, nos sentamos a una mesa en la veredita. Era tan linda la noche, era todo perfecto, ¡lástima que estuviéramos enojados!
Uno frente a otro en silencio absoluto; pesaba el silencio entre los dos. De pronto apareció, como salido de la noche, un morenito de rulos, ojos grandes, vivaces, con una canasta de pensamientos, llenita de pensamientos, se notaba que todavía no había vendido nada.
Se acercó a la mesa y preguntó dirigiéndose a él: Don, ¿me compra?
Él lo miró. ¿Cuánto vale?
No me acuerdo cuánto era el precio, pero el pibe le daba el precio de un ramo, sin duda.
Él contestó: No, todo.
¿Todo, don?
¡Sí, todo!
Sacó unos billetes, le pagó. El chico seguía con la canasta en las manos, desconcertado.
Él tomó la canasta, la volcó sobre la mesa y sobre mí.
Cayeron pensamientos por todos lados.
¡Gracias, don! Le gritó el muchachito antes de perderse en la noche.
Entonces él me miró con esa picardía tan suya, con esa sonrisa que le volvía chiquitos los ojos, y me dijo: Para que nunca nadie te regale flores, porque yo hoy ya te las regalé todas.
Susana Panza del libro “Si vos querés vamos a mirar la luna”, Editorial Dunken