
Cuentan las abuelas que hace tiempo había una ranita, llamada Sofía, que intentaba dormir una linda siesta. Tenía su casita en el rincón de una laguna rodeada de flores coloridas y juncos de agua. Iba entrando en el sueño cuando escuchó el cantar de Mario, el tero: tero, tero, tero-tero, tero, tero.
–¡Quiero dormir! ¡Quiero dormir! –protestó Sofía.
El tero, ajeno a esas pretensiones siguió cantando: tero, tero, tero-tero, tero, tero.
Enojada, ¡muy enojada!, Sofía se levantó de un salto y gritó:
–Croaca, ¡basta de tanta bulla! Calla pajarraco cruel. Me cansó tu molesto tero, tero, tero.
Mario divertido miró de reojo y siguió cantando: tero, tero, tero.
Como la ranita continuó protestando, el tero acomodó su copete para estar más elegante, voló desde su rama, rozando las flores hasta descender al borde de la laguna, caminó unos pasos para acercarse a Sofía y la saludó con esa solemne reverencia que se les hace a las reinas. Luego, preguntó:
–¿Qué le pasa verde dama? ¿Por qué está ¡tan enojada!?
Ella lo miró con furia.
–¡Croaca! ¡El chirrido de tu canto es horrible!
El tero, sabiendo que la rana estaba molesta por no poder dormir la siesta, habló con fuerza:
–Cuida tu lenguaje despectivo. Por tu insolente croar, ayer he tenido que cambiar de sitio mi nido. ¡Qué te crees, presuntuosa, tú también cantas muy feo! Deja de criticarme y ve a estudiar solfeo.
Sin embargo. Mario era un terito amable con las damas, hizo a un lado su disgusto y la sorprendió con una amable invitación.
–En lugar de enojarte, verde dama-dama verde, canta conmigo, ¿no te parece una buena idea?
Debo tener cuidado, pensó la rana, los teros son pajarillos inteligentes… Y, al fin de cuentas, Mario no canta tan mal. Además, no es prudente pelearse con un tero sabio”.
Entonces, olvidándose de la siesta, con una sonrisa que hizo pestañar al sol, aceptó la sugerencia del tero.
Así fue como los dos animalitos, en pos de la armonía del lugar, se acompañaron cantando: ¡Croacatero! ¡Croacatero!
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