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Don Angustio
Erika Shirley Motato Flórez. Grado 7°-Categoría 2
Guática–Rda. Sede central–Corregimiento Santa Ana.
Es un pobre viejo, que aunque para muchos parezca mortal, él considera lo contrario. Es un hombre acaudalado de amigos, unos gratos, otros no. Los mejores de ellos son todos los seres que viven en su sangre, y la gran cantidad de inertes que hacen no solo que su sangre corra más lento, sino que produzca ruido. Esa misma sangre que sirve de alegría a muchos y de alimento a miles, cada día es más escasa. Siento que aunque lo ha dado todo por los demás, no es recompensado de la forma que quisiera. Por el contrario, siento cómo su organismo se ahoga por todo aquello que a los humanos les sobra.
Cierto día se despertó como de costumbre, y sintió que su cuerpo no era el mismo. Aquellos órganos que cubrían todo su cuerpo y lograban el sonido de su sangre, eran más grandes, y los animales que saltaban en las orillas de su vertiente sanguínea, ya no lo hacían. Entonces, decidió que miraría más abajo en dirección al recorrido de su sangre. Caminó y caminó en busca de la causa de su desgano. De repente, se encontró con una gran cantidad de hombrecitos que se peleaban por un lugar de donde sacar sus pedacitos inertes y destruirlos para conseguir unas semillitas doradas y diminutas. Tratando de ser un poco indiferente, continuó su recorrido, y al acercarse a un lugar, observó un monstruo de metal absorbiendo su sangre para llevarla a otros lugares. En efecto, su ahora no sangre le pertenecía a una gran cantidad de pequeñas casitas con sus arbustos y grandes parques, quienes le reclamaban para refrescarse.
Fue tanta la desilusión y angustia, que debió detenerse y formar un gran lago con su sangre, para después dejarlo huir de sus entrañas y que todo desapareciera. Pero todo fue inútil, pues no quedaban fuerzas para hacer tal cosa, y por el contrario decidió esperar a que de lo alto, y como única alternativa, le llegara más y más sangre. Pasaron y pasaron los días, y ello no sucedió. Sus lágrimas no se hicieron esperar, y trataron de arremolinarse en algunas partes de su cuerpo, pero fue inútil, pues ellas tampoco tenían las fuerzas para sobresalir. Pronto le llegó una de las más fatales noticias que puede tener cualquier ser. Tenía que ver ahora con su incontrolable y angustioso deceso. Una gran amiga, llamada Doña Rivera, la cual se encargaba de vigilar quién entraba al caudal de su sangre, le informó que sobre ella llegaba una gran cantidad de sangre negra y de mal olor, que en forma intrépida y desagradable se mezclaba con su sangre. Entonces, Don Angustio le preguntó sobre su presencia, y ella le informó que venía de un lugar totalmente diferente que todos llamaban ciudad.
Don Angustio ya no era uno como los demás; había perdido su capacidad para que otros navegaran por su cauce. Cada vez era más profundo y desolado. Seres inertes o rocas se habían agigantado. Y los pocos animales que disfrutaban de la vida, saltaban, pero no de alegría, sino en busca de un lugar donde el oxígeno no hubiera sido hurtado. Las verdes y suaves algas decidieron colgar sus cuerpos de un mejor lugar, para esperar de una forma no tan dolorosa su muerte. El luminoso astro ya las castigaba de manera continua, y lo único que podían hacer era esperar que un pequeño caudal las rociara y las refrescara un poco. Los pocos peces, anfibios diminutos y corales de agua dulce, al igual que algunas plantas acuáticas, quisieron reunirse para debatir la problemática. Lo hicieron en uno de los pequeños remolinos que aún quedaban, pero ante la desilusión de la mayoría, decidieron huir hacia otra vertiente y dejarse llevar por otras sangres hacia un lugar mayor.
Así lo hicieron, y Don Angustio solo pudo desearles suerte ante su partida. Pero todo fue peor, al caminar hacia su objetivo la mayoría de ellos iban pareciendo, a los peces que cargaban a cuestas algunas plantas no les alcanza la fuerza, los anfibios desearon saltar duro y aventurarse a algo mejor. Cierta mañana, se observó cómo una gran cantidad de hombres con cabezas plásticas y sobre monstruos de metal, lanzaban órdenes para cavar sobre lo que una vez fue el gigantesco cuerpo de Don Angustio, y convertirlo de concreto con dirección incierta. Ahora navegaban automóviles exigentes de energía y productores de gases que hacían toser hasta al más inerte de los seres.
Una que sí se mantenía muy feliz era Doña Sofía, ya que abundaba en sangre, y por lo profundo de ella abundaban animales como peces, tortugas, estrellas de mar, pulpos, ballenas y otras especies. Saltaban de alegría, pues la sangre donde habitaban era muy limpia, y también su oxígeno. Pero a ellos nunca les pasó por sus pequeñas mentes que algún día les podrían contaminar su hábitat, y que los afectaría mucho. De igual manera, ellos siguieron felices, disfrutando de lo que tenían ahora y lo que para unos años más no podrían tener y disfrutar.
Al fin empezó a cumplirse la contaminación. Empezó a aparecer, ya que los seres humanos usaban los frascos de vidrio y de plástico, y las bolsitas de los dulces las tiraban al piso y no a los basureros. Luego cogieron esto y lo tiraron a la sangre de Doña Sofía, y cada vez que recogían basuras allá iban a tirarla. Desde esto comenzaron a generarse los problemas, ya que algunos animales empezaron a enfermarse debido a la contaminación tan verraca que comenzó a generarse, pues no solo comenzaron a contaminar la sangre de Doña Sofía, sino también la de otros.
Ahora Doña Sofía vive muy angustiada; no sabe qué hacer, porque están comenzando a escasear las plantas de su superficie, y no hace sino pensar cómo va a sacar sus animales adelante si se le acaban las plantas. Y no solo eso, también su nivel comienza a bajar debido a que los nacimientos de sangre más pequeños los están dejando acabar, pues comienzan a talar los árboles de sus alrededores y no saben que los perjudicados van a ser todos los seres humanos. No estamos tomando conciencia de lo que estamos haciendo con nuestra fauna y flora, y no sabemos que nosotros mismos estamos destruyendo el futuro para nuestros hijos.
Doña Sofía ya está cansada, agotada y muy triste, pues debido a la contaminación se murieron las plantas de las cuales los animales se alimentaban. Ahora ellos son los que pagan las consecuencias, porque no tienen comida y, del hambre tan verraca, cuando encuentran bolsas plásticas se comienzan a alimentar de esto, y unos quedan atrapados y desafortunadamente mueren tratando de desenredarse. Debido a esto, se acabaron las tortugas y algunos animales.
Don Angustio, al ver a Doña Sofía tan agotada y desilusionada, se puso a hablarle de lejos, y le decía:
– Doña Sofía, no me aterro por lo que le está pasando, pero de corazón lo siento. Lo mismo que le pasa ahora, me pasó algún tiempo. Vivía muy contento con mis animales, mi sangre era muy limpia, pero un día inesperado llegó un monstruo de metal que absorbía mi sangre para llevarla a otros lugares. Y mi sangre ya no me pertenecía, sino a otras personas que vivían en casas. ¿Pero sabe qué me da más rabia? Que se llevaron mi sangre para desperdiciarla, y no saben hacer buen uso de ella. ¿Sabe, Sofía? Lo único que podemos hacer es juntar su sangre con la mía, pues las dos ya están contaminadas, y quizás puede que así vuelva a tomar nivel nuestra sangre.
– Pues sabe, Don Angustio, estoy de acuerdo con usted. Puede que haciendo lo que usted dice, podamos salir adelante y no nos dejemos derrotar. Nosotros podemos salir adelante, pero siempre y cuando los seres humanos tomen conciencia y recapaciten ligero, para que no se tengan que arrepentir y sea demasiado tarde.
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