¿Alguna vez vieron al cuidador de pájaros? Unos dicen que es un duende petiso y feo; otros, que es altísimo y flaco. Unos afirman que es invisible; que pía como un pollito; que se apoya en un bastón de oro... Al final, nadie sabe a quién creerle. Después de todo... ¿alguien lo vio alguna vez?
Cuentan en Misiones que sólo una persona lo vio: Ñatiú, el chico más travieso de la tribu.
Cuando lo veían venir, los colibríes y los benteveos se escabullían entre las campanillas. Los cabecitas negras se escondían en los nidos de los horneros. Los cardenales se armaban con hojas un sombrero verde para que no los descubriera.
- No te metas en el monte -le aconsejaban a Ñatiú los indios de la tribu-, que si el cuidador de pájaros te ve lastimando a los pichones, te va a llevar a su cueva y nunca más aparecerás.
Pero Ñatiú no tenía miedo, igual los cargoseaba y les disparaba piedritas con su honda.
Una vez, una calandria saltaba muy contenta de rama en rama. Aunque todos los pájaros le habían avisado del peligro, ella se hacía la sorda y seguía con su calandriar.
Silencio en la selva. La mirada de Ñatiú era una flecha de hielo apuntando a las alas. A la calandria se le pusieron las plumas de punta. De pronto, una piedra tosca voló hasta la rama y su cuerpo blando cayó sobre las hojas secas.
¡Cómo le dolía el ala derecha! ¿Acaso estaría por morir?
El árbol comenzó a moverse ante la mirada redonda del indio travieso.
¡El cuidaadoooor! Piaron todos desde sus nidos, pues conocían del duende todas sus transformaciones: hoy, camalote; mañana, tronco. Así que aleteaban de contentos.
Pero Ñatiú temblaba y los dientes le claclacleaban como castañuelas.
De pronto, dos ramas se convirtieron en gruesos brazos peludos. Su copa tomó la forma de un sombrerón; una boca sin dientes se abrió como un pozo negro y se hizo cueva.
Así dicen que fue. Entonces Ñatiú recordó a la calandria.
-No quise hacerle daño -decía el indiecito con la voz anudada-, sólo estaba jugando.
Ñatiú corrió, cruzó toda la selva. Una sombra parecía alcanzarlo, un trashtrash que trituraba las hojas del monte. Lloró, gritó, hasta que se detuvo frente al río y arrojó con rabia su vieja honda. Para siempre.
"Quizá pueda regresar con aguamiel para curar sus alas", pensó Ñatiú.
No se sabe bien qué pasó después. Algunos cuentan que Ñatiú volvió y tomó entre sus manos aquel copo de color café, y que lo puso con cuidado en un hueco del árbol. Otros aseguran que jamás regresó, por vergüenza, o por miedo, vaya a saber uno...
Lo cierto es que la calandria se curó. Gracias a un hornero. O gracias a Ñatiú. En la tribu, los sabios aseguran que la salvó "el cuidador de pájaros".
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