El hombrecito casi sin respirar, miró el dulce rostro de Agustina que le sonreía y bajó nuevamente su cabeza y casi murmurando, contestó:
- Sí… Sí… Ese mismo
Los ojos de Agustina jamás habían visto el rostro ceñudo y amargo de nuestro hombrecito, jamás había escuchado su voz temblorosa, por lo tanto no le temía.
- Ven – dijo la niña – quiero que veas una cosa, acércate más… por favor.
El hombrecito no salía de su asombro.
- Acércate, vamos – volvió a decir Agustina – dame tu mano, quiero que toques y veas mis flores, así me dirás qué colores tienen.
Con pasos lentos y temblorosos, el hombrecito que no salía de su asombro, se fue acercando cada vez más y le extendió su mano, miró y remiró detenidamente todo el jardín.
- ¿Sabes? – dijo la niña - tienen un aroma exquisito, yo siempre las huelo cuando salgo a respirar el aire de la mañana, también siento el sol sobre mi piel cuando me toca con sus manos calientes, escucho el trinar de los pájaros, el ruido de los peces que nadan en el pequeño estanque de la plaza ¡Ah! Y el violín de Pedro. ¿Lo has oído verdad? Se escucha de lejos cuando todo está en silencio. Toca maravillosamente.
Nuestro hombrecito casi sin respirar, miró nuevamente el rostro de la niña y le preguntó:
- ¿Cómo puedes estar tan contenta?
- ¿Contenta? Bueno, sí… Aunque no tengo todo lo que quisiera, mis oídos me dan las imágenes y los sonidos, mis manos la forma y el aspecto, el calor, el frío y el espacio, mi olfato es muy fuerte y el gusto es mayor aún, adoro a mis padres que me han ayudado a sentirme como otros niños, he aprendido a leer en Braile y eso me da cierta seguridad, pero hoy tú, con tus ojos que son capaces de ver, me dirás qué color tienen mis flores. Mi madre siempre me cuenta cómo se llaman ¿Sabes? Cuando las toco, siento sus pétalos aterciopelados y suaves, algunas son rugosas y fuertes, otras frágiles y delicadas. Sh. . . Escucha. . . Sh. . .Sh . . . ¿Oyes? Es el violín de Pedro que está sonando. ¿Lo oyes verdad?
- No, no, claro que no lo oigo – dijo el hombrecito fastidiado.
- ¿Estás seguro?... Escucha, escucha en silencio – dijo Agustina
Era verdad, nuestro hombrecito no lo escuchaba. Sus ojos comenzaron entonces a recorrer todo aquel jardín, descubriendo una magia de colores, azules, rojos, violetas, amarillos, blancos y muchos, muchos más y también comenzó a sentir el aroma que invadía todo el aire soleado de la mañana.
- Ahora con permiso de mis padres, iremos a visitar a Pedro y me contarás cómo es su rostro, yo sólo lo imagino, pero tal vez algún día pueda verlo, pero mientras tanto, tú me contarás.
Los ojos del hombrecito parecían diferentes, estaban asombrados, brillantes y profundos. ¿Cómo podía aquella niña sentir tantas cosas? Fue entonces que su rostro comenzó a suavizarse y sus mejillas fueron tomando un tono rosado y saludable.
- ¡Vamos, vamos! ¿Qué esperas?- dijo Agustina con mucho entusiasmo.
El hombrecito mientras la escuchaba, no dejaba de mirar y mirar hacia en frente de la calle, donde se encontraba su casa oscura y cerrada. . . Miró a la niña y como si hubiera estado conteniendo la risa por mucho tiempo, echó a reír, reía y reía cada vez más fuerte, tanto que no podía detenerse. Su risa era tan fuerte, que todos los vecinos se asomaron a mirar por sus ventanas y puertas, nerviosos y asustados. Al poco rato uno a uno, fueron contagiándose de las carcajadas del hombrecito, sin saber por qué.