Cuento de Zunilda Borsani . Ilustraciones de Adriana Borsani
Agustina lo escuchaba preocupada, seguía sin entenderlo.
- Ahora tendrás que esperarme un poco, porque antes de ir a lo de tu amigo, tengo muchas cosas importantes que hacer. Regresaré lo antes que pueda, te lo prometo.
- ¿Cosas? ¿Qué cosas? – Hubo un silencio…
-¿Estás seguro que volverás? ¿Volverás?... Porque yo te estaré esperando todas las mañanas de sol, aquí en mi jardín. – Dijo Agustina con la voz entrecortada.
El hombrecito le tomó la mano, la besó en la mejilla y le dijo:
- No te pongas triste, volveré. ¿Puedes confiar en mí?
- ¡Claro!
- Entonces me voy ahora y volveré pronto – Se marchó corriendo y entusiasmado, mientras reía y reía cada vez más profundamente. Sin dejar de reír cruzó la calle, entró a su casa y abrió todas las ventanas. El sol entró por ellas hasta la última hendija.
Los vecinos comenzaron a salir de sus casas y se amontonaban en aquella pequeña callecita. Lo miraban sorprendidos sin comprender nada de lo que estaba sucediendo. ¡El hombrecito estaba trabajando en su jardín! Y lo que es peor aún, mientras podaba y curaba sus plantas y árboles muy agitado, tarareaba y reía a un mismo tiempo.
El hombrecito levantó su cabeza y saludó con entusiasmo a los chicos curiosos, que se habían acercado hasta el muro de su casa y a los vecinos que se habían agolpado justo frente a ella. Todos lo miraban con ojos de asombro. Él observaba sus rostros sorprendidos y les sonreía alegremente, pues jamás los había visto.
En ese instante en el cual nuestro hombrecito miraba pacientemente aquellos rostros que le devolvían una sonrisa, comenzó a escuchar una suave melodía de violín, que se iba haciendo cada vez más fuerte.
- ¡Es el violín de Pedro! - exclamó – suena maravillosamente como dijo Agustina. Ahora sí, ahora sí lo oigo – Se acercó al portoncito de su casa y mientras sonreía, saludaba a los vecinos, uno a uno.
-¡Buen día vecina! ¡Buen día vecino! ¡Buen día a todos!
Los vecinos se miraban entre sí y también sonreían, mientras balbuceaban entre ellos, preguntándose qué era lo que le estaba sucediendo a nuestro hombrecito, qué lo había cambiado tanto. ¿Quién lo había curado de su enfermedad? ¿Qué milagro había sucedido?
El hombrecito, luego de saludar a sus vecinos, se colocó de frente a su casa, miró su entorno y observó que ya no estaba oscura, que el sol la invadía y los gorriones mañaneros, cantaban en las ventanas. Todo estaba envuelto en un colorido y musical paisaje. De pronto recordó su cita con la niña. . .
Agustina había conversado con sus padres sobre la experiencia que había tenido con el hombrecito del barrio. Sus padres temieron que aquel hombrecito no fuera el amigo ideal para la pequeña, pero decidieron observar desde lejos su comportamiento.
¿ Cuánto tiempo había transcurrido? Puede haber sido un minuto, una hora, un día, o tal vez un año. No lo sabemos. Sólo sabemos que Agustina estaba esperándolo allí, en su jardín, como todas las mañanas de sol.
Nuestro hombrecito lucía muy bien. Su traje y zapatos estaban relucientes, sus mejillas rojas por el sol, sus ojos relampagueantes, su cabeza erguida y un aire de triunfo y alegría lo invadía. Cruzó la callecita que conducía a lo de la niña, bajo la mirada atónita de los vecinos que aún no dejaban de observarlo, es más ahora querían saber, qué haría tan bien vestido. Él caminaba muy decidido, casi corriendo, mirando hacia atrás de vez en cuando, para ver cómo lucía su pequeña casa. Al llegar a lo de Agustina, se detuvo un instante y observó como la niña conversaba con sus flores, mientras acariciaba sus pétalos. Se fue acercando lentamente, muy despacio… Ella había oído sus pasos y se quedó en silencio.
-¡Oye Agustina! ¡Ey, amiga! Aquí estoy, he vuelto.
La niña levantó la cabeza, se volvió hacia él con una enorme sonrisa en sus labios, ansiosamente se fue acercando al portoncito y le extendió su mano.
- ¡Por fin has vuelto! Dame tu mano
7 de 9 |