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LA LITERATURA INFANTIL IBEROAMERICANA: NOTAS PARA UN VIAJE DE DESCUBRIMIENTO
Joel Franz Rosell
París, 30 de junio de 2014
FRAGMENTO y link del contenido completo
(Versión actualizada de textos recogidos en La literatura infantil: un oficio de centauros y sirenas. Lugar Editorial. Buenos Aires, 2001) que sirvió de base para una intervención en la mesa sobre Literatura Infantil Iberoamericana presentada por la Casa de América de Cataluña en el festival Món Llibre, el 12 de abril 2014, en Barcelona.
La creación iberoamericana para niños y adolescentes es hoy una realidad rica y diversa, de alta calidad estética y de real importancia en el mercado cultural de la región. Varios de sus autores (escritores e ilustradores) han recibido reconocimientos internacionales tan importantes como el Premio Andersen (las brasileñas Lygia Bojunga Nunes, en 1982 y Ana María Machado, en 2000, y la argentina María Teresa Andruetto, en 2012), el premio ALMA (de nuevo Lygia Bojunga Nunes, en 2004) y el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil (las ya mencionadas Machado y Andruetto, así como la colombiana Gloria Cecilia Díaz, el brasileño Bartolomeu Campos de Queiroz y la argentina Laura Devetach), por no mencionar premios de ilustración (más adelante me expreso sobre el papel “literario” que cumple la ilustración en los libros para chicos) como el premio Andersen 2014 del brasileño Roger Melo o los premios Bolonia Ragazzi de los cubanos Ajubel (en la principal categoría, Ficción) y Alba Marina Rivera, los mexicanos Alejandro Magallanes y Javier Martínez Pedro, los brasileños María Carolina Sampaio y Daniel Bueno (categoría Nuevos Horizontes).
Pese a lo antes dicho, si las editoriales occidentales para adultos se disputan los García Márquez, Borges, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Padura o Sepúlveda, la mejor informada de las editoriales infantiles está lejos de conocer siquiera los seis nombres más consensuales de la literatura infantil iberoamericana.
Las siguientes líneas intentan explicar por qué vale la pena interesarse en este fenómeno, sin dudas moderno, pero quizás por eso mismo, formidablemente dinánico.
Utilizo el término “iberoamericano(a)” en su sentido estricto: países y culturas de América que tienen el castellano o el portugués como lengua oficial y dominante, y no en el sentido geopolítico de comunidad integrada por España, Portugal y sus antiguas colonias del Hemisferio Occidental. Considero esta formulación más apropiada que la usual “latinoamericano(a)” que incluiría también los departamentos franceses que bañan las aguas del Caribe e incluso, si somos rigurosos, el Quebec y otros territorios de lengua francesa en América del Norte.
Revueltos, los orígenes
La literatura infantil, en tanto que entidad cultural definida es, en Iberoamérica, un producto del siglo XX. La especificidad del desarrollo económico, social, educativo y cultural de cada país permite un adelanto o retraso de algunos años dentro del proceso global. Salvo raras excepciones (el cubano Martí o el colombiano Pombo), el siglo XIX no fue mucho más que un período de tanteos que repitió caminos ya recorridos por la literatura europea: silabarios, catones, textos para la formación de jóvenes elites, las primeras fábulas en prosa y verso, compilaciones de cuentos populares y de manuales de lectura para la escuela.
Algunos estudiosos han creído descubrir antecedentes de literatura infantil latino-americana en los primeros siglos de la colonia, e incluso en la palabra cultivada de los tiempos precolombinos. Si entre los mitos y leyendas aborígenes y en las crónicas de la conquista podemos encontrar páginas cuyo contenido fantástico, épico o testimonial resulta interesante y útil al joven lector de hoy, ello no nos autoriza a considerarlas literatura infanto‑juvenil porque carecían de intencionalidad transformada en rasgo tipificador de discurso estético para el destinatario niño o adolescente. Aun cuando ‑invirtiendo el proceso‑ logremos identificar en dichas obras algún que otro rasgo que más tarde caracterizará a la literatura infantil, eso apenas demuestra que lo que los pueblos dan a leer a sus chicos suele tener puntos de contacto con lo que los pueblos crearon durante su propia infancia.
Paralelo procedimiento de asimilación se verifica a expensas de los grandes autores. Cada nación escogerá los suyos entre las filas de sus nacionalistas románticos (Argentina tomará a José Hernández, Colombia a Jorge Isaacs, Cuba a José María Heredia), o acudirá a sus figuras mayores: Neruda en Chile, Rómulo Gallegos en Venezuela, Santos Chocano en Perú...
Evidentemente no es la adecuación al gusto y necesidades infantiles lo que explica la elección de dichas obras sino la importancia histórico‑literaria de sus autores y su aporte a la formación y consolidación de la identidad. Las citadas lecturas ‑totales, parciales o en adaptación‑ son promovidas por la escuela e integradas a los programas de lengua.
Especial es el caso de creaciones que, al tener al niño como interlocutor virtual o tema, utilizan también elementos de su percepción y expresión, lo que proporciona páginas singularmente híbridas en autores del temple de Rubén Darío (Nicaragua), Manuel Gutiérrez Nájera (México) o José María Arguedas (Perú).
De amores que matan y otros peligros
El folklore es uno de los más importantes moduladores y caracterizadores de la literatura infantil Iberoamericana . Su presencia es tan fuerte que suplanta en algunos casos a la literatura infantil e incluso ‑no es paradójico‑ a la literatura infantil de inspiración folklórica. La hoy superada falta de condiciones para una sostenida actividad literaria y la abundancia de tradiciones orales ‑puestas al servicio de la formación de la identidad nacional y de la instrucción moral‑, provocaron la sobrevaloración del folklore por parte de educadores, editores e incluso escritores. Contribuyó a esto el «neoclasicismo nuevomundista» practicado por sectores de la intelectualidad iberoamericana que valoraban más el rescate de los «oros viejos» que la creación de nuevas joyas. La real o supuesta grandeza del pasado (civilizaciones precolombinas y gesta independentista) y el propio conservadurismo inherente a la escuela prolongan los efectos de esta desviación.
Hasta la primera mitad del siglo XX los sectores de la infancia iberoamericana con acceso a la lectura recibían ‑de autor nacional‑ casi exclusivamente las consabidas reelaboraciones del folklore, y obras en prosa y verso de didactismo generalizado y amanerado lirismo que, con su patriotismo romántico o su realismo denunciador, satisfacían los objetivos moralizantes e instructivo‑movilizadores de los educadores, y no las necesidades estéticas y lúdicas de los chicos. Esta producción se encontraba en el centro del muy iberoamericano enfrentamiento intelectual entre tradicionalismo y modernidad; combate que se desarrolló básicamente en el plano ideológico y raramente se convirtió en verdadera fuerza motora de la evolución de la literatura infantil en toda la vasta y compleja envergadura que la caracteriza.
La anterior situación perdurará pese a la aparición periódica de disonantes astros solitarios como el brasileño Monteiro Lobato (años 1920-30), el boliviano Oscar Alfaro (en los 1940) o la chilena Marcela Paz (años 1950), quienes preludian y plantan las bases del movimiento renovador iniciado a la mitad de los años 1960.
Es evidente que el gran problema del libro infantil en Iberoamérica es de orden estructural: la pobreza y la injusta distribución de la riqueza, la escolarización insuficiente o efímera y la precariedad de editoriales, librerías y bibliotecas no pueden ofrecer suelo de suficiente fertilidad a la invención, fabricación y consumo de obras para niños y adolescentes. Como colofón, y cerrándose a la manera de un círculo vicioso, la actividad editorial se ve confinada a un mercado estrecho ‑nacional o regional‑ que prefiere originales de interés o potabilidad geográficamente restringidas. Las bajas tiradas consecuentes exigen un producto barato, lo que dificulta el acceso al mercado mundial y al atractivo terreno de las coediciones, en un panorama que hacen aún más complejo las ofertas de las transnacionales de la edición, generalmente españolas, que casi monopolizan los best-sellers y los costosos álbumes ilustrados (unos y otros son generalmente traducciones... en su mayoría del inglés).
Por otra parte, la poca envergadura de los medios de expresión de las problemáticas sociales y el escaso respeto de la identidad nacional siguen haciendo a la literatura infantil rehén de tareas que no le son inherentes, por mucha tradición que hayan tenido dentro de las prácticas culturales de la región. La nueva forma adquirida por el tradicional didactismo, la narrativa de “valores”, suele limitar la eficaz ficcionalización y el tratamiento profundo y creativo de “nuevas” temáticas sociales e íntimas: suicidio, crisis de la familia, sexualidad, tráfico y consumo de drogas, conflictos armados y desplazamientos de población, destrucción del medio ambiente, etc.
En las últimas décadas se presenta, sin embargo, un peligro nuevo y formidable: los medios electrónicos de comunicación que, con sus formas expresivas y contenidos foráneos, llegan de manera masiva e indiscriminada a los rincones más apartados, allí donde el libro y la cultura alfabética no han tenido todavía implantación. Las nuevas tecnologías de la comunicación, la edición electrónica y los sitios “sociales” no han cumplido sus promesas –por razones diversas- de democratización de una producción literaria de calidad (consolidan, por el contrario, viejas felonías como la piratería y el plagio).
La mayor parte de los países de Iberoamérica ven así amenazado el empeño de transformación de su cultura nacional oral en cultura nacional escrita (tarea concluida por Europa en el siglo XIX). De verificarse, tal catástrofe incluiría el aborto del proceso ‑de formación en unos casos y de consolidación en otros‑ de la literatura infantil en la región.
Leer Artículo completo en el link del autor:
http://elpajarolibro.blogspot.fr/2014/06/la-literatura-infantil-iberoamericana.html
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