La pareja eterna
Leidy Johana Arenas Mesa. Grado 11°–Categoría 3
Belén de Umbría. Instituto Educativo Juan Hurtado.
Cuán afortunados fueron mis oídos al escuchar tan emotiva conversación: doña Naturaleza pronunciaba las palabras como si sus labios fueran la mayor fuente de inspiración… y don Ecológico, atento, se dejaba conmover ante aquel amor hecho palabras que doña Naturaleza le daba a conocer. Amor que no era entre ellos, pero que aparecía en todos los periódicos sentimentales de aquel momento, porque esa pareja es el mejor ejemplo de que las matemáticas en el amor fallan, ya que uno más uno no es dos, sino un solo corazón.
Yo, testigo de esa gran obra de comunicación, escuché maravillado lo que doña Naturaleza relataba con tanta pasión.
É l calienta diariamente su piel, en diferentes lugares de su cuerpo. Ella danza a su alrededor sin importar la distancia que los separa. Una pareja que da vida a diferentes seres y alberga en su profundo amor, el único lugar del universo donde existe el pensamiento superior.
Ella, paciente, sumisa, receptora de toda la luz, de todo el calor de aquel ser superior, gigante, pero a la vez amante del tercer planeta, agacha la cabeza en señal de respeto, indicando su superioridad, pues necesita de su presencia y protección para seguir conservando el equilibrio interior. Él tal vez sea capaz de vivir sin ella, pero ella no resistiría tal abandono, puesto que su cuerpo perdería el aire, la sangre, y su corazón no volvería a palpitar.
Su noviazgo ha durado millones de años, porque ella siempre ha sabido conservar el manto de la dignidad, que hace que su Sol la respete, porque en su profundo amor podría llegar a lastimarla.
La capa de ozono ha sido su cómplice, protegiendo sus intereses, y a la vez ha servido de Cupido, permitiendo que él la visite decentemente y puedan sentirse como una pareja inseparable, como una dualidad perfecta sin machismo ni feminismo, solamente como un gran globo de amor.
Su unión amorosa ha dado infinitos frutos, ¡aunque no estén casados! Ellos también se han modernizado y desde hace muchísimo tiempo viven su amor en plena libertad.
Sus hijos, encantadores, disfrutan de todo el abrigo que Dios les quiso relegar: su madre siempre presente, su padre pendiente de todos, y juntos les regalan el más sublime hogar que nunca nadie ha sido capaz de construir.
En la infancia, sus hijos, traviesos como todos los niños, hacían pequeños daños, pero sus padres sin embargo los seguían educando, olvidando, porque para las ofensas, el Alzheimer es la cura natural.
Hoy, ya adultos ellos, y viejos sus padres, les ha dado por tener una crisis familiar. Don Sol y doña Tierra tristes, agobiados, sorprendidos, se están muriendo lentamente al ver cómo sus hijos pelean por una herencia que aún no han recibido, por un patrimonio que les pertenece a todos.
Doña Tierra, enferma de la presión, cambia y cambia de temperatura súbita y radicalmente, sus pulmones ya casi no pueden respirar porque han aspirado todo ese humo de la ambición que sus adorables hijitos han dejado salir del interior de su corazón. Su piel se reseca, su sangre se agota, su aire se ensucia y sus lamentos desaparecen en una familia que no la escucha, porque hasta su idealizada pareja empieza a lastimarla. Él quiere seguir viviendo y tal vez esa existencia sea a costa del sufrimiento de su bien amada.
Un silencio profundo invadió el ambiente acústico que yo estaba escuchando. Confuso, quise preguntar qué estaba sucediendo, por qué la pareja ideal se estaba desvaneciendo.
De repente don Ecológico lanzó un gran lamento: ¡Ay, qué situación!
Y al tiempo su chispa se encendió queriendo encontrar una solución.
Si su separación es culpa de sus hijos, se puede remediar un poco ese dolor.
Tú y yo somos sus descendientes; reaccionemos, actuemos y no permitamos que esta historia tenga que apagar su calor.
En ese momento mi corazón se aceleró, no pude contenerme y de repente cuatro ventanas visuales estaban sobre mí. Ellos comprendieron mi curiosidad y tres buenas intenciones se pusieron a funcionar.
Pensemos de una manera amorosa o ecológica, que para este caso es igual; salvemos a nuestra tata tatarabuela Tierra. Quizás en algún momento ella tenga que partir por leyes naturales, pero no seamos nosotros esos parientes ingratos que la hieren con el arma de la indiferencia.
Doña Naturaleza prendió su potencialidad y convocó de inmediato a su familia para que la vinieran a ayudar. Al estar todos presentes, don Ecológico, siempre tan lógico, empezó a realizar operaciones matemáticas para hallar remedio a aquel mal de amor:
– Restemos contaminación.
– Dividamos los recursos naturales para que alcancen para todos.
– Sumemos buenas voluntades para reciclar y manejar de la mejor manera los avances de la ciencia.
– Multipliquemos esfuerzos.
– Elevemos a la máxima potencia la conciencia ambiental, y saquémosle la raíz cuadrada al calentamiento global.
Todo esto fue aceptado por la familia, a la cual, sin saber, yo también pertenecía, porque nuestro apellido es Humanidad.
Empezamos a actuar y luchar incansablemente hasta reparar, casi de manera total, aquel amor entre don Sol y doña Tierra Humanidad.
Así pudimos cambiar el final; aquel par de abuelitos orgullosos de sus tata tataranietos, anunciaron, sentados en la nube de la felicidad, cuya alfombra tenía la forma de unos hermosos labios ansiosos por besar:
– Nos casamos en el cielo al frente de las doce del medio día.
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Una Gotita de Agua