LUNES DE CARNAVAL, Carmencita
Carmencita estaba en edad de merecer, como se decía entonces, y tenía un pretendiente, que contaba con la aprobación de sus padres y un total rechazo por parte de ella.
Pertenecía a una familia dada a las apariencias y orgullosa de su origen europeo, de donde provenían el apellido francés y algunas palabras que intercalaban en el habla cotidiana.
Habitaban un petit hotel en el barrio de Villa Urquiza; don Luis, el padre, doña Anastasia, la madre y seis hermanos.
La familia tenía un negocio, dirigido por doña Anastasia, junto con Carmencita. Allí realizaban trabajos en telas y todo tipo de costura fina, ajuares y trajes de novia.
Carmencita era una artista en el diseño y bordado de monogramas, que se usaban en pañuelos, camisas, y otras prendas. Ayudaba además a mantener impecable el hogar, con su fastuosa escalera de roble, ornada de bronces, siempre brillantes por obra de su dedicación.
Ella aceptaba su vida y su mundo, no cuestionaba su entrega a los otros ni la falta de libertad, se mostraba feliz instalada en esa rutina. Todos decían que era una buena hija, y una segunda mamá para los más pequeños, eso parecía bastarle.
Salía poco, nunca sola, pero tenía bellos vestidos de fiesta, que alguna vez se ponía para las tertulias entre amigos que se hacían en la casa, o para sacarse una foto.
Aquel lunes de Carnaval, cuando sus padres y hermanos viajaron a Mar del Plata, dejándola a cargo del negocio, su amiga Amira y los primos le propusieron ir a bailar.
En principio ella se negó. ¡Qué diría su padre!, se pondría furioso; pero entre todos lograron convencerla, y esa noche, al salir de la casa con su vestido largo, blanco, que por primera vez luciría de verdad, respiró un aire distinto.
No muy alta, de formas redondeadas, de acuerdo con la silueta de la época, el vestido de seda estilo imperio con un chal de tules, el cabello corto y oscuro peinado con grandes ondas, y una sonrisa de niña que faltó a la escuela sin permiso... Así la vio llegar aquel joven serio, de traje y corbata, buen bailarín de tango, que la invitó desde el comienzo y no la dejó volver con su grupo en toda la noche. Ellos le dirían, más tarde, que hizo rancho aparte.
El joven se llamaba Daniel. Sus padres, inmigrantes italianos, habían llegado a esta tierra sin conocer el idioma. Gente de trabajo, construyeron su casa en el barrio de Villa Luro y formaron una familia, también con seis hijos. Daniel había cursado sus estudios de perito mercantil en la sección nocturna de la escuela Mariano Moreno, pues trabajaba desde que finalizó la primaria. Del mismo modo hacía la carrera de Ciencias Económicas en la Universidad.
Carmencita lo escuchaba deslumbrada. Él hablaba con seriedad, pero al sonreír se convertía en un ser tierno, seductor. Y ella, que aún no conocía el amor, presintió que esa noche lo había encontrado.
Al día siguiente, por primera vez en su vida, durmió hasta el mediodía y desobedeció a su padre. ¡No abrió el negocio! Si él llegaba a enterarse... Por fortuna nada sucedió, y la vida siguió su curso, hasta que Daniel apareció por allí con la excusa del diseño de un monograma para sus camisas.
Carmencita lo hizo con especial esmero, y a esas prendas siguieron otras, que él retiraba, puntual, cada semana. Cuando ya no le quedaba nada más por hacerle bordar, la invitó a salir.
Ella quería, pero... ¿cómo lograr el permiso? Por suerte allí estaba su amiga, Amira, quien inventaba paseos a los cuales nunca iba, y les permitían a los enamorados verse por un ratito.
Después, la excusa fueron los cursos. Sombreros, flores de tela, bordados, todo afín con el trabajo y las habilidades innatas de la joven. Concurría a las clases, Daniel la esperaba a la salida, y un bamboleante tranvía Lacroze era el paraíso, si estaban juntos.
El amor crecía; también la necesidad de contárselo a todo el mundo.
Daniel estaba decidido a hablar con el padre de Carmencita para iniciar un noviazgo formal; pero don Luis se negó a conocer a ese muchacho sin título ni fortuna que pretendía a su hija. Habló de diferencias sociales, de la vida de pobreza que les aguardaba, y destacó las virtudes del omnipresente candidato, el mentado doctor, de la familia de los Agüero.
Para disuadirla, y demostrar que Daniel no estaba a la altura de ellos, el padre compró un coche, una voiture descapotable. Dispuso que Carmencita aprendiera a manejar, y programó paseos a Palermo, al campo, a Mar del Plata, en los cuales ella era obligada conductora. Creyó que de ese modo los alejaría.
Educada en el respeto y la obediencia, la joven aceptaba y sufría sin protestas.
Daniel, por su parte, sentía que ella era la mujer con quien deseaba compartir su vida y nada lo iba a disuadir; solo quedaba una solución: casarse, sin permiso. ¿A qué esperar?
Carmencita, acostumbrada al sí mamita, sí papito, se asustó ante la idea de desobedecer, pero su corazón pudo más que todas las razones y el 11 de marzo de 1940, con la libreta de matrimonio en la mano, salieron del Registro Civil a enfrentar el futuro, juntos. Amira, amiga incondicional, fue testigo.
Después, una escapada secreta al mar, y al regreso comunicarle a la familia que ¡estaban casados!
Primero fue el asombro, el enojo, y luego la aceptación ante la evidencia de que no se puede vencer al amor con armas desiguales. También el secreto: De esto no se habla.
Hubo invitaciones, una noche de fiesta en la cual la lluvia, copiosa, bendijo a los novios e impidió que los invitados disfrutaran del jardín decorado para la ocasión con mesitas y sombrillas de Longobardi.
Carmencita, fiel al mandato familiar, mantenía bien guardado aquel secreto; pero Daniel, orgulloso de su bien ganado triunfo, me lo confió un día, tal vez porque consideró que yo podía comprender que su actitud no fue solo una trasgresión, sino la afirmación del Amor, que duró tanto como sus vidas.
Nunca me animé a decirle a ella que conocía su historia, y es una pena porque tampoco pude expresarle cuánto admiro su decisión, tan valiente para esa época. Tal vez fue, en ese instante de desafío, cuando comenzó a gestarme en su corazón… Carmencita, mi mamá.
Susana Panza
Publicado en “Quiero hablarte de Amor”, editorial Dunken, Bs.As. 2001; y en “Venus frente al Sol”, editorial HYLAS, Bs.As., 2013