María Teresa Andruetto ganó hace poco el premio más importante que existe para un escritor de literatura infantil. Pero ella rehúsa encasillarse como tal y recalca que nunca se planteó serlo.
Amable y relajada, Andruetto afirma que se ve a sí misma como una escritora, punto. Los temas que motivan su trabajo literario –la construcción de la identidad, la expresión de mundos interiores, el arte como herramienta de resistencia cultural– no son temas de niños precisamente.
O tal vez sí. Con la evolución de la llamada “literatura infantil y juvenil” en los últimos años, se ha afianzado la idea de que ningún tema debe estar vedado en un libro para niños o jóvenes, por duro que sea: la muerte, la soledad, la violencia, la injusticia política. En fin de cuentas, como ha señalado más de un observador, el niño o joven es a menudo víctima, si no protagonista, de estas vivencias.
La escritora, quien nació en 1954 en Arroyo Cabral, Argentina, se inserta de corazón en esta corriente, afirmando que “escribe en los bordes” y que le interesa más la exploración de la palabra que la ubicación de su obra en nichos específicos del mercado.
Muchas de sus palabras vienen acompañadas por una sonrisa, la sonrisa del que sabe que está haciendo lo que tiene que hacer.
Andruetto se convirtió en 2012 en la primera escritora en lengua castellana en ganar el Premio Hans Christian Andersen, considerado “el pequeño Premio Nobel”, el galardón más importante de la literatura infantil y juvenil. Este se entrega cada dos años al conjunto de una obra en la Feria del Libro Infantil de Bolonia.
Enrique Páez, Maria Teresa Andruetto, Beatriz Montero
Lóndres Premio Hans Christian Andersen
Autora de numerosos libros para niños y jóvenes como El anillo encantado, La mujer vampiro, El incendio y Campeón, Andruetto también ha publicado poemas, cuentos y novelas para adultos, tales como Lengua Madre y Stefano.
La escritora conversó con El Nuevo Día en el marco del II Congreso de Lengua y Literatura Infantil (CILELIJ), auspiciado por la Fundación SM y celebrado en Bogotá, Colombia. Un grupo de escritoras e intelectuales puertorriqueños también acudieron a este gran conclave de la cultura, invitados por la filial local de Ediciones SM.
En su ponencia en este congreso afirmó que “ser un escritor argentino es ser un escritor desobediente ante las reglas de la casticidad”. ¿No podríamos decir, más ampliamente, que ser escritor es ser desobediente?
Sí, absolutamente. Desobediente con todo lo que se espera de él, para con toda demanda que no sea la propia voz, esa voz azarosa, inestable, insegura. El arte es imposible de llevar adelante sin esa inseguridad.
¿Qué la ha motivado a proponer una nueva lingüística social para la construcción de la identidad?
Pertenezco a una generación fuertemente involucrada en lo político, que padeció la dictadura y el exilio. Soy hija de inmigrantes y me crié entre gentes de trabajo. Escribo para buscar quién soy, como persona y como parte de un grupo social.
Hoy vivimos una época muy interesante en Argentina, en la que todo se ha puesto en discusión, todo se ha vuelto a pensar: el Estado, la justicia, la prensa, la empresa privada, la cultura, las comunidades. Argentina ha vuelto su mirada hacia América Latina, está tratando de subsanar el tremendo pecado cometido, de esa americanidad podría decirse, que nos ha costado mucho. Si queremos recuperar nuestra identidad como país, tenemos que ser parte de este continente.
¿Sigue siendo la literatura un modo de resistencia?
El arte en general es sitio de resistencia. Rancière habla del espectador emancipado. Lo producido por un escritor es fruto de un trabajo de desacomodo con uno mismo, una descolocación que lo lleva a mirar hacia adentro. Si lo que hemos logrado ha dado algún buen resultado, el que lee un libro, mira una pintura, escucha una pieza musical, entrará en ese cuestionamiento, ese desacomodo consigo mismo y empezará a resistirse a lo que se espera de él, a resistirse al cliché, a lo políticamente correcto.
En su discurso de aceptación del Premio Hans Christian Andersen dijo que “vive el acto de escribir como una defensa de lo más propiamente mío”. ¿A qué se refiere?
Me refiero, como dijo (la poeta italiana Patricia) Cavalli, al “yo más propiamente mío”. Siempre me lleva mucho tiempo escribir. Es un proceso por capas, una búsqueda. Lo mismo que uno va haciendo le va diciendo cuándo esa búsqueda va llegando a su fin. Pero no solo hay que buscar, hay que esperar. Nunca ir por delante de los personajes, ni de su historia. Hay que ir siguiéndolos, escuchándolos. La obra es algo que se va develando ante mí.
¿Qué significa para usted ser la primera persona de Latinoamérica en ganar el Hans Christian Andersen?
Ganar el premio ha sido una alegría muy grande y también una sorpresa muy grande. Significa más lectores, en otras lenguas y países, significa traducciones, visibilidad, circulación. En cuanto a la escritura misma, no significa nada. Ahora mismo escribo una novela para adultos. Siempre intento “oír” lo que escribo.
¿Qué sería si no fuese escritora?
Sería alguna de las cosas que he sido ya: maestra... Algo que tuviera que ver con unir libros y personas. He trabajado muchísimo con niños, jóvenes y maestros. Valoro la construcción de espacios para la escritura creativa en la escuela, como espacio de encuentro de cada niño consigo mismo. La escuela es a la vez espacio de rebelión y de conservación de tradiciones. Es importante tener espacios diferenciados para ambas cosas.
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Foto de Beatriz Montero publicación autorizada.