Artículos de Literatura Infantil
¿PLANTAMOS UN ÁRBOL?
JORGE GUASP
MASTER EN GESTIÓN AMBIENTAL
Plantar un árbol; escribir un libro; tener un hijo... Dice un proverbio popular que nadie puede irse de esta vida sin haber concretado estos tres hechos, pues es así como dejamos nuestra huella en el planeta a la hora de la partida.
Cuando pensamos en acciones en favor del ambiente, surge de inmediato la idea de plantar árboles. Las maestras salen a plantar árboles con sus alumnos. Las campañas ecológicas se basan en la acción de plantar árboles, sobre la idea de que los árboles “oxigenan” el mundo.
Es importante aclarar que los árboles liberan oxígeno, pero también lo consumen, como nosotros, durante la respiración. Sin entrar en detalles sobre el balance, podríamos considerar que, en promedio, existe un equilibrio entre ambos procesos. Por lo tanto, los árboles no aumentan el nivel de oxígeno en la atmósfera, ni el Amazonas es “el pulmón del planeta”, como se cree habitualmente. Hay otros motivos para no talar las selvas; pero éstos no tienen nada que ver con la producción de oxígeno.
Como sostiene el especialista en educación Ken Robinson, nuestro gran problema es el sentido común, porque somos una generación con una mentalidad lineal, que da por sentadas muchas cosas que no son ciertas.
Por lo demás, si creemos que plantar un árbol es una acción positiva, ¿qué decir de crear un bosque? Parece una idea maravillosa, ¿no es así? Sin embargo, todo depende de cómo y dónde se haga. Plantar especies que no son del lugar, sino que se traen de otros sitios, puede modificar negativamente el ambiente. Los árboles nativos han alcanzado un equilibrio ecológico con el resto de la naturaleza, y por eso contribuyen a conservar el agua en el suelo, y a regular su flujo. Pero muchos árboles exóticos (foráneos), que en algunas zonas del país han sido introducidos en reemplazo de las especies nativas (como los pinos en el centro y sur de Argentina), crecen más rápido que éstas, y por tanto consumen más agua, reduciendo en consecuencia la cantidad de agua almacenada en el suelo. Además, plantadas en masa, estas especies modifican la estructura de la flora nativa, que a su vez constituye el hábitat de la fauna. Y esta alteración acaba por transformar el ambiente local.
Si en una ciudad no se plantan las especies adecuadas, los árboles pueden levantar las construcciones con sus raíces, ensuciar las veredas con sus hojas y frutos, interferir con el tendido de los cables de electricidad y telefonía, y atentar contra la integridad de obras y personas por el riesgo potencial de caída de ramas (si las mismas son frágiles, y ceden a la presión del viento, o de la nieve en lugares fríos).
Si plantamos varios árboles de una especie que alcanza gran tamaño, y los distanciamos menos de unos cuatro metros entre sí, tarde o temprano tendremos que podarlos, en el mejor de los casos, o bien eliminar algunos de ellos, para lograr que los ejemplares restantes tengan luz suficiente y puedan desarrollarse en libertad. Y si no los regamos durante los días siguientes a la plantación, es probable que se sequen.
Los árboles, en especial cuando conforman un bosque, regulan el agua de los ríos, favorecen la disponibilidad de agua durante la estación seca, reducen el riesgo de inundaciones, protegen el suelo, fijan dióxido de carbono, nos dan sombra y nos brindan muchos otros beneficios. Sin embargo, si antes de plantarlos no reflexionamos sobre los aspectos mencionados, corremos el riesgo de tratar a los árboles como simples objetos, que pueden quitarse y colocarse a voluntad, sin comprender que en realidad son eslabones de una amplia y compleja red de procesos ecológicos, y que respetar esa red es, también, respetar nuestra propia vida.
JORGE GUASP
MASTER EN GESTIÓN AMBIENTAL
Jorge_guasp@yahoo.com.ar