
Había una vez… Un pino piñonero. No se sabe quien lo plantó ni cuándo. Fue creciendo en el centro de un parque donde se sentaban los más viejos del lugar y sobre todo donde jugaban los niños pequeños.
Se hizo grande, muy grande, Era un árbol muy especial. Cuando hacía mucho sol, extendía sus grandes ramas para dar sombra.
Y en los días fríos de invierno replegaba sus ramas para que los rayos tímidos del sol, entraran al parque y calentaran a los abuelos y a los niños que jugaban en él.
Una mañana de primavera, La mamá de Javier le llevó al parque. El niño salió corriendo, y se acercó al pino, le tiró un beso y se abrazó a su enorme tronco. Él es así de cariñoso. Empezó a hablarle en su leguaje particular, que es muy gracioso. No se le entiende nada. Además gesticula mucho, es muy expresivo.
El pino se estremeció. Era la primera vez que un niño le tiraba besos y le abrazaba de esa manera.
Normalmente no lo hace nadie, tocar su tronco sí, pero tirarle un beso tan dulce y sonriente ¡Nunca le había pasado! El pino en agradecimiento, desplegó sus ramas y en vez de tener en ellas piñas ¡Sorpresa! ¿Sabes Javier lo que tenía? ¡Cuentos, muchos y maravillosos cuentos.
El niño, se fue rodeando al árbol, y se sentó debajo de él, apoyando su pequeña espalda en el tronco del pino. Este volvió a estremecerse al sentir el calor del cuerpo del pequeño.
Sintió subir por todo su tronco un agradable cosquilleo, que le hizo sentirse feliz por primera vez en su larga vida de árbol.
Abrió uno de los cuentos de sus ramas, uno de duendes y dragones. Con voz melodiosa y susurrante empezó a contarle el cuento al niño.
Javier a pesar de ser un niño muy inquieto, oyendo contar el cuento, se quedó profundamente dormido con su babitas en la mano. Su cabecita empezó a soñar…
El era un príncipe, que salvaba a los duendes del dragón Anacleto, que en vez de echar fuego por la boca, echaba serpentinas de colores.

La verdad, es que ponía el bosque perdido de papel, y los pequeños duendes eran los encargados de limpiarlos, y estaban artos de hacer de barrederos.
Javier, como ya va siendo mayor, se puso a ayudar a los duendes. Iba vestido con una camisa blanca y unos pantalones vaqueros, los cuales se manchó un poquito con el verde de una hoja.
Estaba muy gracioso. Sus expresivos ojos encantaban a los duendes.
Él era muy valiente. En su sueño, se acercaba al dragón Anacleto y le daba a beber un jarabe que sabía muy bien. Se lo daba a él su mamá cuando estaba malito.
El dragón al beber el líquido, en vez de echar serpentinas por su boca, empezó a echar agua, mucha agua, con la cual regaba las plantas más pequeñas del bosque.
Uno de los duendes llamado Nuto se acercó al pequeño. Nuto es el duende particular de la abuela Ángela. Y le dijo:
─Quiero darte las gracias Javier, por lo que has hecho, nos has librado de un gran trabajo.
El niño le miró asombrado, con sus ojitos bailarines, y le sonrió. Saliéndole unos hoyuelos muy gracioso en sus mejillas y empezó a tirarle besos y los soplaba con mucha fuerza.
El duende le abrazo y le comunicó un secreto.
Le contó que todos los niños tienen en sus casas un pequeño duende para que jueguen con él. A ti te va a acompañar hasta que seas un poquito mayor, un primo mío llamado Passy. Te gustará.
Javier al principio no entendía mucho lo que le contaba Nuto. Pero entre los duendes y los niños, aunque no sepan hablar, hay fácil comprensión, Y Javier asentía con la cabeza.
─Te voy a contar yo, un cuento ─dijo el duende, ─se titula. El canto del grillito.
Este es un cuento cortito
Para los más pequeñitos
Es la historia de grillito
Que cantaba muy bajito.
Cuando quería cantar
Siempre le falta una nota
Tenía que decir gri, gri
Él cantaba gri, graa
Su mamá desesperada
Las patitas le afilaban
Eran tan pequeñitas
Que no conseguía nada.
El grillo estaba muy triste
Y él se puso a llorar
¡Quiero que mi canto suene
Como las olas del mar!
Le cogieron de las patitas
Su mamá y su papá
Los tres cantaron a coro
Gri, gri,gri y graa.
El grillito muy contento
Pronto dejó de llorar
Cantarían todos juntos
Y su canto se oirá.
Javier, empezó a aplaudir. Le había gustado mucho y quería decir gri, gri, pero le salía bup, bup, ma, pla, guachi, chachi.
Javier seguía durmiendo y soñando.
Su mamá no le perdía nunca de vista. Pero en un momento que había vuelta la cabeza para ver como cantaban unos pajaritos, Javier desapareció. La madre estaba asustada, no veía a su hijo. Le llamó le buscó, pero nada de nada, el niño no respondía.
De repente, el Pino Cuenta Cuentos, empezó a mover sus ramas con mucha fuerza, para llamar la atención de la señora y señalarle donde estaba Javier. La mamá del niño se fue acercando lentamente hacía el árbol un poco asustada por el ruido que hacían los libros colgados del él y encontró al niño dormido bajo el Pino Cuenta Cuentos. Le cogió en brazos, y el niño se despertó. Abrazo a su mamá fuerte pero que muy fuerte.

La mamá de Álvaro le dio las gracias al árbol. Álvaro volvió su pequeña cabeza hacía su nuevo amigo el Pino Cuenta Cuentos, y le tiro un gran beso con la mano, soplándole para que le llegara hasta sus ramas llenas de preciosos cuentos. El pino agradecido, abrió todas las hojas de sus libros a modo de aplausos.
Y colorín colorado, este cuento he terminado.
Ángela Ruano.
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