161 KILOBYTES SOBRE EL LIBRO, LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS Y LA LITERATURA INFANTIL:
Joel Franz Rosell - hoja 1
Al contrario de la televisión y el vídeo (tecnologías visuales perfectamente al alcance de cualquier analfabeto, extensiones de la vieja cultura oral), ahora con las computadoras y los medios interactivos hay una rehabilitación de la importancia de la palabra escrita. Las nuevas tecnologías exigen alfabetización y capacidad de lectura.
Ana Maria Machado (1)
Tecnologías nuevas ha habido siempre. La historia de la humanidad es la historia del progreso del hombre desde sus orígenes animales, un progreso operado en el terreno del espíritu, con la literatura como una de sus más refinadas manifestaciones, y en el material, donde las conquistas e invenciones tecnológicas incluyen al libro y las comunicaciones.
La literatura es anterior al libro. Anterior por consiguiente a las tecnologías aplicadas al libro... pero no a todas las tecnologías, pues antes de conquistar el lenguaje, antes de tener religión y moral, que son las primeras formas de construcción espiritual, el cerebro del hombre -que así empieza a serlo- se desarrolló gracias a los primitivos instrumentos que fueron el palo y la piedra, y a las formas de usarlos y perfeccionarlos, con lo que nace la tecnología (según cuentan los libros, y los ordenadores no los desmienten, porque testigos no quedan).
Durante muchísimo tiempo, la literatura y el libro hicieron sus caminos de manera independiente. La escritura sirvió inicialmente para fijar informaciones relacionadas con la política, la religión y la economía, y no para conservar y compartir productos de la imaginación. Era información bastante confidencial que no requería soportes fáciles de manipular, multiplicar y almacenar. La literatura, aún en tiempos de la Grecia clásica fue básicamente oral, como señala Borges, pero la literatura y el libro estaban hechos la una para el otro, y se unen en tiempos del papiro. Unión mutuamente provechosa y fecunda que, pese a pequeñas infidelidades y grandes especulaciones, está lejos de terminar.
Las formas literarias dependen históricamente de maneras de leer condicionadas a su vez por los avances tecnológicos en materia de representación del texto, de impresión y de encuadernación, pero, a veces simultáneamente, también las innovaciones literarias fueron las causantes de nuevos hábitos intelectivos y de avances materiales y técnicos.
Cada salto tecnológico: la sustitución del volumen (libro enrollado) por el codex (libro paginado), la invención de la imprenta de tipos móviles, la industrialización del papel, las tiradas masivas, el desarrollo de las técnicas de grabado, la llegada de la fotocopiadora y, más recientemente, del ordenador y el libro electrónico, provocó -cada uno en su momento- el rechazo de los antiguos y el entusiasmo de los modernos. Pero en la biografía de esa antiquísima forma de expresión del espíritu humano, de la inteligencia y los sueños que es la literatura, aquellos hitos parecen meras anécdotas de camino.
El fin y los medios.
Las relaciones entre el libro, las tecnologías y la literatura no fueron siempre predecibles ni consecuentes. La introducción del papel en Occidente (Italia, siglo XII) facilita el trabajo de los copistas de los monasterios sin democratizar la cultura, del mismo modo que la invención de la imprenta de tipos móviles por Gutenberg (Alemania, mediados del siglo XV), fue favorecida por la necesidad de multiplicar el número de Biblias en época de efervescencia religiosa. Sin embargo, en menos de cincuenta años, la misma imprenta permite echar las bases del Renacimiento cuando, en Venecia, se reúnen humanistas de Europa y el Cercano Oriente para acometer una de las mayores empresas de salvamento cultural jamás realizada: la enciclopedia de Aldo Manuzio el Viejo, que puso en manos de sus contemporáneos gran parte del fabuloso patrimonio greco-latino hasta allí conservado en copias manuscritas.
Notemos que, por una vez, el fin justifica los medios: después de la prédica ideológica, de la difusión del verbo sagrado, llegó su oportunidad al verbo laico, portador de cultura y sabiduría.
Si comparamos la infancia del libro impreso con los inicios del cibermundo, percibimos lo poco fundado que resultan ciertos prejuicios respecto a los ordenadores, internet, las publicaciones y juegos electrónicos.
Es cierto que (por el momento...) tenemos que usar el ordenador sobre una mesa, en un local cerrado –casa u oficina- donde tengamos electricidad e incluso línea telefónica; pero en sus inicios, los libros impresos eran grandes y pesados, y nadie pensaba en sacarlos a la calle. Los libros de bolsillo no se regularizaron hasta bien avanzado el siglo XIX, y aun así hace apenas cuatro décadas que trascendieron la abanderada Gran Bretaña.
Se acusa a las nuevas tecnologías de ser caras, pero en el momento de su aparición el libro impreso resultaba más costoso que el libro copiado a mano, y en las universidades de la época se le acusó de antidemocrático (supongo que entonces el término era otro) y de romper la relación entre los profesores y sus alumnos.
Ni siquiera es demasiado original ni exclusivo el argumento de la escasa durabilidad de los documentos conservados por medios electrónicos. Es cierto que las cintas, disquetes y discos duros se pueden borrar, y que los CD-ROM, reputados imborrables, no son sino pedazos de plástico sin un hardware y un software que volatiliza una selección tecnológica infinitamente más rápida que la selección natural patentada por Darwin... y que apenas deja fósiles.
Los libros de papel también pueden volverse ilegibles. Ya en nuestros días los especialistas de la UNESCO se devanan los sesos con el problema de la conservación de los millones de títulos impresos desde el siglo XIX, cuando se sustituyó el papel hecho de tela por el ácido papel de celulosa de madera, que se oscurece, fragiliza y puede acabar reducido a polvo en un centenar de años.
Reimprimir en papel nuevo o más resistente todo los libros amenazados es impensable, ¿cuánta obra históricamente significativa permanece hoy fuera de catálogo simplemente porque no tiene lectores suficientes para rentabilizar su publicación? La única salida está en un cambio de tecnología. El microfilme, ampliamente utilizado en el siglo XX, también presenta problemas de conservación, así que nuestra única opción es la numerización, más barata y duradera. Hemos de reconocer que nos comportamos como estúpidos ingratos al tildar de enemigo a quien nos va a salvar la memoria de manera similar a la enciclopedia de Manuzio el Viejo, hace cinco siglos.
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JOEL FRANZ ROSELL