Artículos de Literatura Infantil
161 KILOBYTES SOBRE EL LIBRO, LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS Y LA LITERATURA INFANTIL:
Joel Franz Rosell - hoja 3
Esto no es ciencia-ficción.
Las nuevas tecnologías de la comunicación tienen defectos y efectos nocivos para el mundo de la literatura y el libro, pero también nos han traído felices novedades: los libros on line, las revistas literarias electrónicas, las páginas web de escritores, editores e instituciones culturales (sin las cuales yo no habría podido obtener, desde mi casa en Buenos Aires, algunos datos incluidos en esta comunicación); en otras palabras, nos dan la posibilidad de poner a disposición del mundo entero, casi gratuitamente y bien libremente, contenidos literarios, críticos y de pensamiento debidamente actualizados- que se habían quedado, estaban quedándose o nunca habían tenido, espacios de papel.
También es oportuno subrayar la cuestión de la independencia. Creando su propia página o participando en algunas de las páginas electrónicas independientes que existen en la web, un crítico puede publicar una opinión desfavorable sin verse censurado porque el editor del libro que desnuda es uno de los anunciantes sin los cuales no hay revista o suplemento de papel que sobreviva.
¿ Y qué decir de la interactividad? Imaginemos un poeta que podrá no sólo burlar el desinterés de los editores, sino realizar al fin el viejo sueño de presentar el texto poético con melodía, ritmo y timbre: en su voz, en la de otra persona, y hasta acompañado por efectos sonoros por él escogidos. Y esto no en la limitada variante del libro-cassette sino a través de la versión global que permite el hypertexto. El libro electrónico podrá incluir, en la misma página donde estén escritas las palabras, sonidos, colores, imágenes y hasta versiones diversas de un mismo poema, dinamizando la polisemia que caracteriza al género y/o revelando al lector el proceso de construcción del texto. Igualmente las citas permitirán –mediante un link- remitir al lector a la obra (entera) con la que el poeta quiso establecer una intertextualidad fecundadora.
El “hyperlibro” electrónico propiciará experiencias estéticas más ricas y libres. Cada lector podrá escoger el tipo de lectura que quiera hacer de un texto dado e incluso crear su propia versión, cambiando palabras, episodios o cualquiera de esos elementos que así podríamos llamar periféricos.
Y todo esto podrá hacerse con cualquier género literario, muy especialmente con aquellos –teatrales, ensayísticos- que tienen menos demanda y mayores dificultades para encontrar un lugar donde verse publicados o para permanecer en un mercado editorial que sabemos cada vez más volátil, homogeneizador y excluyente.
Imagino que en pocos años tendremos libros electrónicos para niños donde las ilustraciones podrán mudar de apariencia y moverse como dibujos animados, libros que podrán ser actualizados o evolucionar según la voluntad del lector, puesto que traerán integrado un programa especialmente diseñado para ello. No voy a negar que a mí mismo no me hace ninguna gracia que alguien pueda cambiarme la letra. Para quienes compartan esta preocupación por la autenticidad de la obra y los soberanía del autor, puedo especular que este tipo de “hyperlibro” será concebido con conocimiento previo de sus posibilidades y que, en todo caso, podrá ser “protegido” de manera que se garantice su enriquecimiento y se bloqueen las opciones empobrecedoras. Pensemos, sin ir más lejos, en la posibilidad de incluir un diccionario que le aclare al niño, instantáneamente, la palabra que no entendió o le precise el contexto histórico, geográfico o cultural.
Habrá productos comerciales, superficiales y alienantes -como también los hay en papel-, pero los libros neotecnológicos acabarán siendo conquistados por los talentos más creadores y confiables. También puede ocurrir que en un primer momento los costos reserven estas posibilidades técnicas a un pequeño grupo de poderosos editores, pero como ha ocurrido siempre- el uso abaratará y democratizará las tecnologías nuevas.
Cuanto acabo de exponer no es ciencia-ficción, ni delirio, ni utopía, y ni siquiera son cosas completamente nuevas, sin el menor antecedente en la historia del libro.
El libro infantil siempre fue hipertexto: la ilustración acompaña a la literatura para niños desde su invención en el siglo XVII; los formatos que, en lugar de ser rectangulares o cuadrados copian la apariencia de uno de sus elementos centrales, ya tuvieron su primer ejemplo en el siglo XVIII, y las figuras de cartulina que se levantan sobre las hojas, creando la ilusión de una ilustración en tres dimensiones, aparecieron a comienzos del siglo XX. Posteriormente se añadieron al libro sonidos, luces y olores, y en seguida, objetos o materiales que permiten al niño asociar la lectura a sensaciones táctiles, por no hablar de los libros de goma que pueden llevarse a la bañadera. Nada de esto, hasta hoy, puede hacerlo el más sofisticado de los ordenadores.
Personalmente no temo a las nuevas tecnologías. Pasado un primer momento de fascinación, se convertirán en una práctica más y pagarán a la vieja literatura el tributo que le corresponde por edad y trayectoria.
Y a fin de cuentas, ¡qué de verdaderamente nuevo o inquietante hay en mi último cuento por el hecho de que la bruja se llame Megabug y atrape a la princesa Pixel en un disquete que vigilará celosamente el dragón Virussafe; si de todas maneras el príncipe Azulnet, armado con su invencible espada Abracadabra.exe, consigue liberarla y terminan haciendo way out con el mismo beso que le devolvió la vida a Blancanieves!
NOTAS
(1) Buenas palabras, malas palabras (1998); pp. 99 100.
(2) Bourdieu, Pierre, “El sabor de la diferencia”. La Nación. Buenos Aires, 8 de julio de 2001.
(3) Goytisolo, Luis, “Mercado y creación literaria”. El País. Madrid, 7 de julio 2001.
(4) Según el informe La lectura en España, presentado en junio último al 4º Congreso Nacional de Editores (junio 2002).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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